Nacimiento de Cristo

La Navidad, el Solsticio de Invierno, fiesta de orígenes remotos, cuyas raíces se remontan a la más lejana Prehistoria, celebra el nacer o renacer del Sol en medio de la oscuridad invernal. Esta fecha tan simbólica marca el triunfo del Sol, la victoria de la Luz, lo que es tanto como decir la victoria o triunfo de la Vida.

En el mundo cristiano ese Sol que nace o renace es Jesús, el Cristo, el Redentor y Salvador. Las fiestas de la Navidad celebran el nacimiento del Christus o Khristós,”el Ungido”, el Hijo de Dios, el Hijo del Hombre, Sol eterno o Sol del mundo, ocurrido hace ahora veintiún siglos. Es la Epifanía o Manifestación divina, auténtica y sublime Teofanía, esto es, la aparición o manifestación de la Divinidad en la que se encierra el misterio de la Encarnación, esa verdad fundamental del Cristianismo según la cual Dios se encarna, se hace hombre, desciende de las alturas divinas para vivir sobre la Tierra y traer a los hombres un mensaje de amor, paz y redención. El verbo griego epiphaínein, que significa “manifestar” o “poner de manifiesto”, viene de phaínein, que tiene el sentido implícito de “hacer que algo sea visible mostrándolo a la luz, donde brilla”.

Los Evangelios no dicen nada sobre la fecha de tal nacimiento de Cristo, pero la Iglesia lo fijó en el 25 de Diciembre para aprovechar el sentido simbólico de la festividad romana del Sol Invictus, ya que Cristo es justamente el Sol invencible que nace para iluminar y redimir a la Humanidad. Se establecía así una conexión con la antigua tradición europea, de lejano origen nórdico, cuyo eco se conserva en el nombre que la Navidad recibe en las lenguas escandinavas (Jul) y en muchos de los elementos simbólicos característicos de las fiestas navideñas.

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Navidad y patria ártica

La vivencia del Solsticio de Invierno adquiere una extraordinaria relevancia en las regiones frías del alto Norte, en la zona próxima al Polo boreal, de donde provenían nuestros antepasados indoeuropeos. En esas tierras del Norte de Europa se encuentra la patria de la estirpe indoeuropea. En las tierras árticas, donde impera un ambiente de hielo y nieve, donde reina una prolongada noche invernal, la nueva salida del Sol que aporta de nuevo luz y calor tenía que ser vivida de forma especialmente intensa y con gran emoción.

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La Fundación

Fundación Antonio Medrano
Círculo Humanista «Paz, Cultura y Libertad»
Un baluarte frente a la crisis del presente

Finalidad

La Fundación tendrá por finalidad:

Difundir la obra y el pensamiento de Antonio Medrano, editando sus libros, ensayos y trabajos varios. Defender los principios, ideas y valores expuestos en su obra. Constituir una plataforma desde la cual realizar más adecuadamente su labor, desarrollar y lanzar con mayor eficacia sus ideas, permitiendo que su mensaje pueda llegar mejor al público, tanto español como europeo y americano, y resultar a éste más accesible. Disponer de la necesaria organización para poder atender con prontitud y eficacia las demandas o solicitudes que le llegan de la sociedad. Permitir, en especial, que los jóvenes puedan tener un acceso más directo a sus enseñanzas y a su persona, respondiendo a una petición reiteradamente formulada.

Preservar, conservar, continuar, desarrollar y acrecentar en el futuro el legado intelectual, cultural de Antonio Medrano, e incluso material (en lo relacionado con su actividad intelectual: biblioteca, documentos, archivos, etc.). Así, por ejemplo, organizar e ir enriqueciendo su importante biblioteca (con más de 40.000 volúmenes), para que cumpla una función social, permitiendo que tengan acceso a ella otros intelectuales, investigadores y estudiosos. Controlar las ediciones de sus obras y ser titular de sus derechos. Cuidar de la correcta interpretación de su mensaje, evitando manipulaciones espurias y deformaciones interesadas o fraudulentas.

Trabajar siguiendo la línea de pensamiento trazada en la obra de Antonio Medrano, profundizando en sus investigaciones y aprovechando los cauces abiertos con sus trabajos. Defender los principios, valores, ideas e ideales expuestos, desarrollados y defendidos en dicha obra. Promover estudios, trabajos e investigaciones que vayan en este sentido. Editar libros, folletos y otras publicaciones, así como organizar conferencias, cursos, seminarios y mesas redondas sobre las materias tratadas en la obra de Antonio Medrano, continuando su labor de difusión cultural y espiritual. Estudiar y dar a conocer las doctrinas y los autores estudiados por Antonio Medrano, que aparecen citados de manera reiterada en sus obras, que han influido decisivamente en su pensamiento y en su formación, que se mueven en la misma línea o a los cuales él ha prestado especial interés a lo largo de su vida (por su valiosa aportación al avance de los valores y al bien de la Humanidad).

Fin esencial de la Fundación (derivado de lo anterior): Estudiar, defender, dar a conocer y difundir la Sabiduría Universal o Filosofía Perenne, con su profundo mensaje espiritual, así como analizar la grave crisis y profunda decadencia que sufre el mundo actual, consecuencia del eclipse y olvido de dicha Sabiduría, para poder ofrecer alternativas frente a la crisis, abrir una vía para su superación, preparar el camino para la reconstrucción de Occidente y poner las bases para la creación de una nueva cultura, asentada en los principios imperecederos de la Sabiduría universal, en los valores supremos de la Verdad, el Bien, la Belleza y la Justicia.

La paz, la cultura y la libertad son tres grandes bienes y tres nobles ideales por los que siempre ha luchado la Humanidad, buscándolos con anhelo insaciable.

Tres bienes o valores que resultan indispensables para la vida humana. El ser humano necesita de la paz, la cultura y la libertad para vivir y realizarse plenamente como persona. La vida no puede ser realmente humana si falta alguno de esos tres valores. No puede haber un orden humano donde tales valores son débiles o no son amados y cultivados con fuerza.

Tres valores que se exigen recíprocamente, no pudiendo existir ninguno de ellos si no se dan los otros dos. La paz no es posible donde no hay la libertad, y la libertad no es posible sino en un ambiente de paz y orden. Pero la paz y la libertad únicamente pueden florecer donde hay una auténtica y vigorosa cultura.

Esos tres grandes bienes sólo pueden crecer sobre una firme base espiritual. Cuando el espíritu retrocede y los valores espirituales se eclipsan, la paz, la cultura y la libertad resultan imposibles y se ven sustituidas por los contravalores que son su antítesis. La paz cede el paso a la violencia y la guerra de todos contra todos, la cultura retrocede ante la incultura y la barbarie, y en vez de tener libertad nos encontramos con tiranía, opresión y esclavitud.

Al ser negada la realidad espiritual, al quedar olvidados o relegados los principios y valores espirituales, la civilización y la vida social pierden su aliento humanizador. Sin paz, sin cultura y sin libertad, la civilización y la sociedad, en vez de estar al servicio del hombre, acaban dirigiéndose contra el hombre.

“La paz es la tranquilidad del orden” (San Agustín)


Programa de la Fundación

Fines y principios orientadores

Para la consecución de la finalidad general que constituye su razón de ser, la Fundación se plantea los fines enumerados a continuación, que son los mismos que guían e inspiran tanto la vida como la obra de Antonio Medrano, tal y como han quedado expuestos en sus libros, artículos, conferencias, cursos e intervenciones públicas. Son fines todos ellos que han estado muy presentes en la labor de Antonio Medrano a lo largo de toda su actividad intelectual y profesional, habiendo sido ya puestos en práctica la mayoría de ellos, de manera muy especial en su labor formativa y docente. Esta relación de fines y objetivos viene a ser un resumen de la vida entera de Antonio Medrano, un compendio de los ideales, normas y principios que han configurado y sostienen su proyecto vital. En el contenido de estas páginas no se hace otra cosa que recoger lo que él mismo ha considerado siempre la razón de su vida, su misión y su destino.

La Fundación deberá mantenerse siempre fiel a los ideales y principios que la inspiran, sin admitir cesiones o concesiones motivadas por cálculos oportunistas o por cualquier otra razón espuria. No deberá ceder ante ningún tipo de presiones o influencias que puedan pervertir su mensaje y su labor, o que pudieran apartarla de sus fines y de su misión.

Deberá asimismo evitar a toda costa el verse manipulada por corrientes y tendencias políticas o ideológicas, sean del signo que sean. En este sentido, habrá de poner sumo cuidado en no descender a la lucha política partidaria, tentación hoy día casi irresistible en el lamentable ambiente de total politización e ideologización en que vivimos.

1.- Estudiar y dar a conocer el depósito milenario de la Sabiduría universal o Filosofía Perenne, en todos sus aspectos y dimensiones (metafísico, teológico, cosmológico, antropológico, sociológico, artístico, místico, ético y moral, mítico y simbólico, esotérico y exotérico, operativo y realizador).

Profundizar en el estudio y conocimiento de la Tradición milenaria, la Gnosis o Ciencia sagrada que, con su luz intemporal, ha fundado, inspirado y guiado a las más altas culturas desde tiempos remotos y en cuyo seno se contienen las más ricas y valiosas orientaciones para la vida. Rescatarla del olvido, mostrar su inmenso valor, liberándola al mismo tiempo de malinterpretaciones y deformaciones más o menos interesadas. Transmitir con la máxima fidelidad, integridad y pureza su mensaje imperecedero y siempre actual. Poner al alcance del público español, europeo y americano sus tesoros y enseñanzas, exponiéndolos de una manera accesible y amena, aunque siempre con el máximo rigor científico.

Mostrar la importancia que este rico patrimonio espiritual de la Humanidad tiene para la renovación de Occidente, hoy sumido en una profunda y grave crisis, así como para salvar al ser humano de la ruina anímica y el desmoronamiento interior. Capítulo importante, en este campo, es el de enseñar técnicas contemplativas, de armonización interior y de realización personal, con toda su fundamentación filosófica y espiritual, así como técnicas de ayuda personal (el arte de la ayuda, del apoyo y del auxilio), inseparablemente unidas a las anteriores.

Sólo desde la elevada perspectiva que ofrece la Sabiduría universal podemos enjuiciar y comprender en profundidad el mundo en el que vivimos, entender los hechos que en él acontecen y las corrientes y perturbaciones que lo sacuden, así como diagnosticar las causas profundas de los males que nos aquejan y encontrar remedio para los mismos. Sólo la Sofía Perenne, con su luz milenaria, nos puede dar una cosmovisión que nos permita ver con claridad todo lo que nos rodea, nuestra circunstancia vital en toda su complejidad, junto con los problemas, sinsabores, dilemas, peligros y enigmas a los que hemos de hacer frente, captando su significado profundo y el mensaje o enseñanza que encierran.

Nada es posible sin la Sabiduría universal. Nada más necesario en nuestros días que la orientación sobrehumana, inequívoca y segura que proporciona esta Sapiencia milenaria, con su hondo realismo, su objetividad inalterable y contundente (a prueba de toda clase baches, ataques o manipulaciones), su inmutabilidad e inalterabilidad (que no se ve afectada por el paso del tiempo ni por los cambios históricos), su visión trascendente y su altura de miras, su inaudita capacidad para iluminar hasta las zonas más oscuras de la existencia o del devenir terrenal.

Sólo la Sabiduría universal puede poner orden en nuestras vidas en medio del caos en el que estamos inmersos y darnos las armas para hacer frente a las fuerzas abisales que nos asedian y acosan por doquier. Sólo en ella podemos encontrar las orientaciones y los medios necesarios para construirnos íntegramente y de forma segura como personas, así como para reconstruir la Comunidad y la Cultura en este mundo desvinculado, desestructurado, desintegrado y decadente.

Únicamente la Sabiduría puede darnos los principios que nos permitan organizar y articular correctamente nuestra vida, tanto en el plano individual como en el colectivo y social; auténticos principios, de carácter objetivo y de origen trascendente o suprahumano, no ideas pergeñadas por mentes ideologizadas o intelectualmente no muy bien orientadas , fórmulas más o menos ingeniosas y discutibles construidas al calor de los acontecimientos e influenciadas por los prejuicios o las corrientes dominantes en cada momento histórico.

Se prestará una atención preferente al estudio de tres campos o materias doctrinales que revisten especial importancia:

1) la doctrina metafísica, esto es, la doctrina sobre los principios últimos, sobre la Realidad suprema o lo supremamente Real, sobre la Divinidad, sobre lo Absoluto, sobre el Principio infinito y eterno que sostiene toda realidad, el Principio del que dimanan todos los principios y que da vida a la Existencia universal. Aquí está el quicio y fundamento de todo. Aquí está asimismo la cima de la Sabiduría, la cumbre de todo conocimiento. Hay que puntualizar que la doctrina metafísica se sitúa en un nivel superior al de las formulaciones teológicas, va más allá de la ontología y la teología, iluminando a esta última y dándole una mayor profundidad, así como un más sólido fundamento. De ahí que la encontramos también, y con desarrollos de gran altura, en tradiciones no-teístas (como el Budismo o el Taoísmo). Esta ha de ser, pues, la materia principal para los estudios, trabajos y actividades de la Fundación, constituyendo la base de su entero edificio conceptual, la clave de toda su labor, tanto teórica como práctica.

2) los mitos y símbolos, que constituyen uno de los cauces fundamentales a través de los cuales se expresa y tramite la Sabiduría universal y que ayudan a comprender la estructura de la realidad y sus interrelaciones, los secretos de la Vida y el destino del hombre, el significado profundo de los distintos aspectos, cosas y seres que integran el Orden universal (o, si se prefiere, sus múltiples significados, sus diversos niveles de significación). La realidad es simbólica: todo es símbolo de algo superior, todo cuanto existe y cuanto ocurre significa o simboliza algo. Todas las cosas contienen un contenido simbólico: los astros, los metales, las plantas, los animales, los fenómenos de la Naturaleza (la lluvia, la nieve, la luz del sol, el viento, el Arco Iris), los elementos (agua, fuego, aire, tierra), las estaciones y las fases del día (el amanecer, la mañana, el ocaso, la noche), las direcciones del espacio (arriba y abajo, izquierda y derecha, delante y detrás, el centro, los cuatro puntos cardinales), los colores, los números y las figuras geométricas, los sexos, las partes del cuerpo humano, las armas (espada, lanza, flecha, hacha), los objetos que se utilizan en la vida diaria, la vestimenta (túnica, sombrero, calzado, capa, cinturón, collares, anillos, penacho de plumas), la casa y los edificios que el hombre construye (con sus diversos elementos: puerta, ventanas, escaleras, chimenea, cúpula, arcos, columnas, torre), las etapas de la vida (infancia, juventud, madurez, ancianidad), los sucesos que ocurren en nuestra vida, los hechos y acontecimientos históricos. Por lo que se refiere al mito, que tiene un papel decisivo en todas las culturas tradicionales y en la visión tradicional de la vida, no es, como piensa la mentalidad moderna, una invención de mentes primitivas para explicar los fenómenos de la Naturaleza y las cosas que no entiende por no haber tenido aún la necesaria evolución. El mito es un relato simbólico a través del cual se nos trasmiten verdades de orden suprarracional que tienen una importancia decisiva para entender la vida y para configurarla de manera acertada, de tal forma que se encamine hacia la perfección.

3) la antropología (ciencia y conocimiento del hombre), con todas sus implicaciones y con una visión integral, tomando en consideración todo aquello que afecta al ser humano, tanto en su dimensión individual como en la colectiva y social. Y, como corolario de la ciencia antropológica, la disciplina realizativa (las técnicas, métodos o caminos para la formación espiritual y la realización integral de la persona), las orientaciones existenciales, las enseñanzas sapienciales para la vida, las directrices que indican cómo hay que vivir y comportarse, las cuales no pueden desvincularse de las normas éticas y morales.

2.- Estudiar, analizar, traducir, difundir y dar a conocer la obra de los autores tradicionales, esto es, aquellos que, por su autoridad y preparación, más han destacado en la exposición de la Sofía Perenne o Doctrina tradicional: René Guenón, Frithjof Schuon, Ananda Coomaraswamy, Julius Evola, Titus Burckhardt, Marco Pallis, Lord Northbourne, Gay Eaton, Michel Valsan, Seyyed Hossein Nasr, Arturo Reghini, Guido de Giorgio, Silvano Panunzio, Martin Lings, Jean Hani, Jane C. Cooper, Luc Benoist, Paul Naudon, Mircea Eliade, Béla Hamvas, Thomas Merton, Philipp Sherrard, Jean Tourniac, Tage Lindbom, Leopold Ziegler, Jean Borella, Attilio Mordini, Armando Asti Vera, Renato del Ponte, Manfred Lurker, Alain Daniélou, Mario Polía, Eric Gill, William Lethaby, Raphael, Sri Krishna Prem, Arnaud Desjardins, Henri Hartung, Jean Herbert, Arthur Osborne, Léo Schaya, Jean Klein, Karlfried Graf von Dürckheim, Gaetano Alì, Santiago Dotor, John Blofeld, Toshihiko Izutsu, Mario Meunier, Camilian Demetrescu, Georges Vallin, Joseph Epes Brown, Trevor Legget, Vladimir Ghika, Antonio Blay, Charles Waldemar, Ernst Benz, Jacob Needleman, Whitall N. Perry, Gaston Georgel, Annick de Souzenelle, Willigis Jäger, José Antonio Antón, Consuelo Martín, Lanza del Vasto, Marc de Smedt, Roberto Plá, Raimon Arola, Stella Kramrisch, Robert Aitken, Roger Godel, Antonio Quadros, Geoffrey Parrinder, etc.

Apoyar, sostener y difundir aquellas publicaciones e iniciativas editoriales que se mueven en la misma línea que estos autores o que están dedicadas al estudio de sus vidas y sus obras, así como a profundizar en su legado y a continuar sus investigaciones.

Estudiar también aquellos autores que, aunque desde posiciones algo diferentes, no estrictamente tradicionales, coinciden en muchos puntos con los citados, defendiendo puntos de vista similares en muchas cuestiones, o presentan enfoques y perspectivas interesantes en más de un aspecto (desde el ángulo de visión de la Doctrina tradicional) y aportan elementos que nos ayudan a comprender y enjuiciar el mundo actual, permitiéndonos ver con mayor claridad los orígenes de la crisis que atravesamos. Autores como Konrad Lorenz, Philipp Lersch, Pitirim Sorokin, Jacques Ellul, Max Weber, Arnold Toynbee, Gonzague de Reynolds, Wilhelm Hauer, Giuseppe Prezzolini, Rollo May, Umberto Galimberti, Christopher Lasch, Georg Steiner, Hannah Arendt, Víctor Frankl, Jean Guitton, Erich Fromm, Julien Benda, Edgar Dacqué, Christoph Steding, Raymond Aron, Alain Finkielkraut, Lewis Mumford, Josef Strzygowsky, Wladimir Weidlé, Karl von Spiess, Vaclav Havel, Hilaire Belloc, Hans Sedlmayr, Emil Pretorius, Wilhelm Rössler, Iwan Iljin, Charles Petrie, Russell Kirk, Patrick Buchanan, Gilberto Freyre, Hans Riehl, Alexander Solshenitsin, Denis de Rougemont, Leonardo Coimbra, Antonio José de Brito, Jacques Ploncard d’Assac, Max Picard, Edith Stein, Theodor Litt, Ignace Lepp, Richard Benz, Arturo Uslar Pietri, Isaiah Berlin, Karl Löwith, Hans Jonas, Leszek Kolakowsky o Charles Taylor. Y también de autores que, aun estando completamente distanciados de la doctrina tradicional, e incluso con planteamientos manifiestamente contrarios a la misma, nos presentan enfoques interesantes para el análisis de los síntomas de la crisis y sus causas, como Ludwig Klages, Antonio Gramsci, Georg Lukács, Martin Heidegger o Albert Camus. Siempre, lógicamente, con un espíritu crítico y siguiendo las líneas directrices que inspiran a la Fundación, y sin atender en ningún caso a la censura impuesta por la propaganda y los medios definidores de “lo políticamente correcto”.

En el campo de los estudios sobre la cultura y la espiritualidad de la Europa precristiana, sobre todo en lo que concierne al mundo clásico, tanto griego como romano, se tendrá muy en cuenta la obra de autores de la talla de Werner Jaeger, Franz Altheim, Hans Bogner, Pierre Grimal, Walter F. Otto, Karl Kerenyi, Theodor Birt, Jérôme Carcopino, Raffaele Pettazzoni, Helmut Berve, Walter Burkert y Vilhelm Grønbech.

3.- Llevar a cabo la obra de regeneración y reconstrucción integral que España, Europa y el Occidente imperiosamente necesitan. Emprender las iniciativas y hacer las aportaciones que sean necesarias y oportunas, teniendo en cuenta los medios humanos y materiales disponibles, para esta magna empresa de gran alcance histórico y espiritual. Una empresa que habrá de llevarse a cabo mediante una labor desarrollada sobre todo en el campo intelectual, formativo y educativo. El porvenir del mundo se decide en el terreno de las ideas, de la visión del mundo, de la filosofía de la vida, de la concepción del hombre y de la Historia. Es, por tanto, decisiva la acción en este campo, y lo será cada vez más en el futuro.

Pivote central en esta acción regeneradora será una clara y decidida defensa de la inteligencia en la actual atmósfera de embrutecimiento, de somnolencia y modorra mentales, de inercia intelectual, de irracionalidad, de insensatez, de estulticia y necedad generalizadas (y, en un nivel más sutil, de lo que algunos autores han llamado ininteligencia). Y quien dice “defensa de la inteligencia”, dice reivindicación de la sensatez, del sentido común, de la racionalidad, del buen sentido o buen juicio, de la claridad mental, de la visión serena y penetrante, de la lucidez y la cordura, cosas todas ellas que van siendo cada vez más excepcionales en el ambiente enrarecido de este mundo desquiciado y desorientado, alienado y anómico, desaxiado (unaxled o unaxised, que dicen los anglosajones), carente de eje o polo vertebrador, sin normas ni principios.

La inteligencia –facultad hoy en crisis y en franca regresión– ha de ser una de las herramientas fundamentales en la obra de regeneración y renovación que el mundo actual requiere. Una inteligencia vital despierta, bien formada, sana y lúcida, es el arma decisiva para poner fin a la degeneración y decadencia en que nos hallamos sumidos, siendo también el arma principal para poder alcanzar la verdadera libertad, la auténtica cultura, la paz interior y la felicidad tan ansiadas por el ser humano.

Frenar el arrollador avance de la estupidez, la imbecilidad, la cretinez, la zoncería, la torpeza, la mentecatez, el disparate, la listeza necia y el energumenismo, cuya alarmante e imparable marea invasora se observa hoy por todas partes. Desenmascarar y vencer la sinuosa conspiración de los necios que nos tiene atenazados, que nos abruma, asfixia y oprime. Poner fin a la actual “era de la necedad”, con su necia abulia y su obtuso no querer saber, que es también un no querer reflexionar y no querer despertar del letargo. Abrir el camino a una nueva era de la lucidez y la sabiduría.

Incitar a nuestros contemporáneos a cultivar su inteligencia, lo que es tanto como decir su capacidad de visión, de juicio y discernimiento; su aptitud para comprender, conocer y aprender; su salud mental y su habilidad para ver las cosas como son, sin distorsiones intelectuales o emotivas. Dar orientaciones, consejos y directrices, así como el apoyo que necesiten, para que consigan despertar, desarrollar, afinar, esclarecer, potenciar y acrecer sus facultades intelectuales. Formar intelectualmente a las nuevas generaciones para que sus integrantes conozcan y entiendan el mundo en el que viven y, sobre todo, se conozcan y entiendan a sí mismos; para que puedan llegar a conocer y saber todo aquello que merece ser conocido y sabido, todo aquello que una persona culta y bien formada debería conocer y saber.

Valorar, estimular y cultivar, por encima de todo, el Conocimiento, la ciencia, la sapiencia, la ilustración o iluminación, el saber y la sabiduría, sobre todo en sus formas más altas (Jnana, Gnosis, Phrónesis, Emuná, Maarif, Prajna, Illuminatio, según los nombres que reciben en las diversas lenguas y tradiciones). Dar prioridad al conocimiento interior (espiritual, cualitativo, intuitivo y directo) sobre el conocimiento meramente externo (material, indirecto, empírico y cuantitativo: acumulación de datos y saberes), sometiendo el saber a la sabiduría, que es la que ilumina y orienta la inteligencia para que ésta desarrolle todas sus potencialidades. Afirmar la contemplación como vía del Conocimiento puro (visión intelectual trascendente o intuición espiritual) y como base de la recta acción, del obrar justo y correcto. Lograr al perfecto equilibrio entre contemplación y acción (actividad intensa, eficiente y mesurada), entre teoría y praxis, entre vida contemplativa y vida activa. Despertar y fortalecer el Intelecto (o Razón trascendente), como facultad supra-racional, que ha de guiar a la razón analítica y discursiva para que ésta funcione con legitimidad, con eficacia y rectitud, dentro de un sano orden, y no opere de manera desordenada, corrosiva y destructiva.

Preparar el camino para una nueva y verdadera Ilustración, superadora con creces de la así llamada en la historia de Occidente, esto es, la llevada a cabo por el Iluminismo racionalista, antitradicional y antirreligioso, en el sedicente “siglo de las Luces”, empresa fallida por sus muchos y graves errores y cuyas consecuencias todavía estamos sufriendo. Llevar a cabo la auténtica Iluminación o Ilustración (Enlightenment o Aufklärung) que en plena época iluminista añoraba, pedía y predicaba insistentemente el sabio y místico bávaro Karl von Eckartshausen: una Iluminación intelectual que, arrancando del Intelecto (la razón sapiencial, la Buddhi o inteligencia trascendente, la mente supra-racional) y nutriéndose de la Luz intemporal y sobrehumana que expande su claridad desde dentro y desde lo alto, alumbre íntegramente las mentes de los seres humanos, ilustre y clarifique la entera existencia de la sociedad, ilumine el horizonte de la civilización y de la cultura y disipe las sombras que nos atenazan, preparando así el terreno para una plena revitalización espiritual de Occidente y de la Humanidad.

Despertar, avivar y dilatar la consciencia de las personas, su consciencia íntima y personal, generalmente apagada, eclipsada, obnubilada y ensombrecida, diluida y disipada, reducida y aminorada hasta extremos increíbles. Buscar la máxima expansión de la consciencia, su ampliación, ensanchamiento, iluminación y purificación como condición previa y garantía de una vida plena, verdaderamente humana, saludable y satisfactoria, vivida en autenticidad y libertad. Procurar que nuestros contemporáneos tomen conciencia de lo importante que es una vida consciente, bien despierta, lúcida y reflexiva. La única que puede ser realmente libre y feliz. Algo fundamental en estos tiempos sombríos en los cuales los hombres viven como sonámbulos, como autómatas, como entes sin alma, como seres inconscientes, como zombis o como robots teledirigidos (dirigidos por un poderoso e invisible mando a distancia).

Habiendo dimitido o desertado de la vocación de consciencia que mueve por naturaleza al ser humano, el hombre-masa de nuestros días deambula somnoliento, como si su mente estuviera nublada, como si estuviera hipnotizado, dormido o aletargado. Se encuentra en un perpetuo aturdimiento, en un continuo desvanecimiento o desmayo, como si hubiera perdido el sentido (o el conocimiento), moviéndose casi como un fantasma o un muerto en vida. En vez de vivir despierto, alerta y con sus sentidos bien abiertos, centrado en el propio ser, se halla alienado, enajenado y embobado; va por el mundo completamente despistado, como ausente y fuera de sí (absent-minded, abwesend), perdido entre las cosas (y convertido él mismo en cosa a fuerza de apegarse a ellas), instalado en una total inadvertencia, distraído con infinidad de bagatelas y señuelos intrascendentes, aturdido por el ruido de la civilización moderna (que posee un enorme arsenal aturdidor: la prensa, la radio y la televisión, los teléfonos móviles, los Mp3 con sus auriculares, los ordenadores, internet, los espectáculos de masas, las discotecas y otros antros de diversión, la música chirriante y estruendosa, las luchas políticas, la publicidad y la propaganda, las opiniones y manías inducidas, las modas continuamente cambiantes, el aquelarre laboral y económico, la obsesión consumista, el frenesí activista, las prisas y la precipitación, el agobio del tráfico, el exceso de tareas, la competencia a ultranza, el afán de aventajar al vecino, los entretenimientos y la industria del ocio, los sorteos y juegos de azar, las reuniones y compromisos sociales, los escándalos públicos y los cotilleos sobre la vida de los famosos). Camina dando tumbos, arrastrado por la vorágine de un mundo desquiciado, riéndose o lamentándose, tomándolo todo a la ligera o quejándose en todo momento, pero sin ser plenamente consciente de lo que lleva dentro de sí, de lo que está haciendo y hacia dónde va, de lo que necesita y debería buscar, de lo que le daña y le perjudica, de lo que anhela y lo que realmente le mueve a actuar. Sin ser consciente, en suma, de que está viviendo, de que tiene toda una vida por delante, para hacerla y vivirla como es debido, con plena fruición, con responsabilidad y con sentido.

Ser conscientes de nuestros actos, de nuestras reacciones, de nuestras sensaciones y emociones, de nuestros deseos y de nuestras intenciones reales, de nuestra manera de pensar (de cómo funciona nuestra mente), es el primer requisito para poder actuar sobre todo ello, es decir, para poder cambiar nuestra manera de pensar y de enfocar los problemas, nuestra manera de vivir y nuestra manera de ser. Quien no es consciente de cómo reacciona ante los acontecimientos, de cuáles son las impresiones o conmociones que se producen en su alma, de las trampas que le pone su mente (su ego, en definitiva), de los mecanismos inadecuados y erróneos con que la mente suele responder a los hechos, no podrá dar forma a su vida y cambiar lo que en ella le disgusta o le crea malestar, aun cuando deseara sinceramente hacerlo. Lo prioritario para cualquier labor o proyecto de formación personal es, por tanto, activar, aclarar y aguzar la consciencia. Encenderla y avivarla, porque generalmente la tenemos muy apagada, eclipsada y mortecina.

Al oscurecimiento o destrucción de la consciencia contribuye todo aquello que fomenta la disipación, el descentramiento del individuo, el impulso centrífugo y exteriorizante, la excesiva extroversión, la tendencia a vivir pendiente del exterior y alejarse de sí mismo, el apego a lo externo (a las cosas y personas que nos rodean), la obsesiva o compulsiva inclinación hacia fuera, a salir y a perderse en la exterioridad o externo (es muy sintomática la obsesión de los adolescentes por “salir”, sobre todo de noche, hasta altas horas de la madrugada, cuando lo que más necesitamos es “entrar”, entrar en nosotros mismos para encontrarnos, conocernos y pacificarnos). Y también coadyuvan a nublar y socavar o destruir la consciencia, lógicamente, todos aquellos medios artificiales que afectan a la claridad de percepción, que dañan, alteran, anulan, rebajan o disminuyen nuestra capacidad para percibir la realidad: el alcohol, las drogas y narcóticos, ciertos fármacos (ya sean estimulantes o sedantes y ansiolíticos) e incluso el tabaco, que no es sino una forma de droga o estupefaciente, el cual además de crear adicción y afectar gravemente a la capacidad respiratoria (con las inevitables repercusiones que esto tiene en la actividad mental), como productor de humo que es, no deja de estar relacionado con el humo que se genera en la mente o que penetra en ella y la invade, intoxicándola y enturbiándola. El fumar no sólo contamina los pulmones, sino que llena la mente de humo, o sea, ahúma y ennegrece la consciencia, con lo que se dificulta que ésta pueda funcionar bien, estar con la debida atención y ver las cosas con claridad.

Y ya que hablamos de restauración de la inteligencia, es necesario subrayar la estrecha conexión entre inteligencia y consciencia. Para vivir y actuar de forma verdaderamente inteligente tenemos que estar en todo momento conscientes. No es posible una vida inteligente en la inconsciencia, en una forma de vivir que nos sume en una lamentable somnolencia o letal subconsciencia. Una mente inconsciente, intoxicada, anestesiada, embotada, ofuscada, fanatizada, obsesionada con algo, narcotizada, obnubilada por el consumo de cualquier tipo de droga (química o mental), alimentada por bazofia audiovisual, no puede funcionar de manera inteligente y lúcida. Una consciencia bien despierta, amplia, limpia y clara, a la que no pase nada desapercibido, capaz de darse cuenta de todo cuanto acontece tanto dentro como fuera del sujeto, es base y condición de una buena inteligencia vital. No puede haber un buen desarrollo intelectual cuando no se es consciente de la realidad, cuando uno vive en la inopia y no se da cuenta de lo que tiene o acontece a su alrededor, ni tampoco de lo que surge en la propia mente y de lo que le está pasando a él mismo a cada instante (lo que está sucediendo dentro de su alma).

La luz de la inteligencia y la luz de la consciencia están íntimamente entrelazadas. Inteligencia y consciencia participan de una misma luminosidad: la luminosidad interior, la luminosidad espiritual, la luminosidad mental y supra-mental; esa luminosidad de la que hoy estamos más necesitados que nunca. Nada más necesario, en esta era de penumbra y tinieblas, que un intelecto autoconsciente con todo su poder iluminador. Para vivir de forma inteligente, lógica y racional –cosa hoy día cada vez más rara y difícil–, el hombre tiene que volver en sí, despertar de su letargo, poner fin a su inconsciencia, salir de su desvanecimiento y aturdimiento, recobrar el sentido, que es tanto como decir el conocimiento y la consciencia. No perdamos el seso en ningún caso y bajo ninguna circunstancia, si queremos gozar de felicidad y libertad, tener una existencia digna, noble y elevada.

Únicamente lograremos llevar una vida humana, como seres verdaderamente inteligentes, si permanecemos en un continuo estado de alerta, vigilantes, con mente abierta y receptiva, atentos a todo lo que ocurre, de tal forma que nada nos pase desapercibido, estando bien presentes en aquello que hacemos en cada momento (poniendo en ello todos nuestros sentidos) y haciendo de cuando en cuando el oportuno examen de consciencia (para no quedar engullidos en la caótica vorágine del devenir). Habría que tener siempre presentes los versos de Jorge Manrique: “recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte”. Tenemos que avivar nuestro seso, nuestro discernimiento y sano juicio, nuestra luz interior, y despertar de nuevo a la vida. No sólo conviene hacer cada día el necesario examen de conciencia, para ver lo que hemos hecho bien o mal, o sobre lo que hemos dejado de hacer –examen que contribuye de forma decisiva a mantenernos conscientes, despiertos–, sino que es indispensable acostumbrarse a un breve y reiterado examen de consciencia que nos indique si estamos viviendo de forma realmente consciente. Hay que conseguir que tal examen del propio nivel de consciencia (awareness), o de inconsciencia en su caso, llegue a ser un hábito en nuestro diario vivir.

He aquí el camino a seguir: no vivir adormecidos y entontecidos, no dormirse en los laureles (ni tampoco en los pastizales o los lupanares), espabilar y estar en todo momento ojo avizor, con los poros del alma bien abiertos, sintiendo y viviendo todo lo que hacemos, hasta lo más nimio (comer, beber, lavarse, afeitarse, caminar, descansar, defecar, estar de pie o sentado, abrir o cerrar una puerta, mirar, leer, estudiar, hacer el amor, conducir, reír, llorar, soñar, preocuparse, divertirse, proyectar el futuro, etc.), estando conscientemente en todas y cada una de esas acciones. Es necesario asimismo tomar conciencia del propio cuerpo, de sus diversos órganos y miembros, de cómo funciona y se mueve. La inconsciencia, que es ausencia del ánimo, debe dejar paso a la consciencia, que es presencia de espíritu, presencia ante uno mismo, presencia en lo que se hace y se vive. Hay que estar siempre presente en la circunstancia que nos ha tocado vivir en cada momento.

El fin de la cultura es aumentar la consciencia de los seres humanos, elevar su nivel de consciencia (awareness, Bewusstsein), hacerles cada vez más conscientes: conscientes de sí mismos, de lo que son y de dónde están, de lo que tienen o poseen, de lo que hacen y dejan de hacer, de lo que piensan y lo que dicen, de lo que les rodea, de lo que les pasa (y lo que pasa a los demás), del mundo en el que viven, de la realidad en la que están insertos. La cultura tiene por misión –es esto lo que justifica su existencia y lo que le hace ser auténtica cultura– conseguir que cada individuo sea bien consciente de quién es, cuál es su misión en esta vida, cuáles son sus deberes. Es oportuno recordar la definición que de la “consciencia” da el DRAE: “propiedad del espíritu humano de reconocerse en sus atributos esenciales”. Ser consciente o vivir con plena consciencia es poseerse, conocerse y reconocerse, saberse (en alemán bewusst, “consciente”, y también “consabido”, deriva de wissen, “saber”, cuyo participio, “sabido”, es gewusst) o estar sabiéndose a cada instante. Es saber ser, saber del propio ser, saber quién se es y dónde se está, saber lo que se hace (no obrar a tontas y a locas, de forma banal o irresponsable), saber de dónde se viene y adónde se va, saber hasta dónde llega y dónde se acaba el propio saber. Es darse cuenta de las cosas –de todas ellas– y estar presente en la realidad, vivir con total atención, con advertencia y miramiento, estando bien atento a todo, a las diversas circunstancias y vicisitudes del devenir cotidiano, y no sólo a lo que a uno le interesa, le preocupa o le obsesiona.

La consciencia es un tenerse que significa atenerse, contenerse, mantenerse y sostenerse. Tenerse a sí mismo siempre al alcance, bien cerca y bien presente; tenerse con lucidez en el propio ser, sabiendo que se es (que uno es, cuando pudiera no ser o dejar de ser) y sabiendo asimismo quién se es; tenerse siempre presente (no estar nunca ausente de sí mismo ni de la propia vida); un tenerse que es serse plenamente y a fondo, asirse desde dentro, prender o arraigar en el núcleo de la propia esencia; un tener en la mano la propia vida, sentirla palpitar día tras día, hora tras hora, minuto a minuto. Y también atenerse a lo que hay, a lo que es o se da (tanto fuera como dentro de uno mismo), a aquello con lo que nos encontramos o nos sale al paso conforme vamos viviendo (ser hombre, dice Olegario González de Cardedal, quiere decir “atenerse a cosas y crear sentido”); mantenerse en la propia interioridad para saber así en todo instante a qué atenerse y cómo reaccionar o responder a lo que nos sucede. Sostenerse en el propio centro, en su luz y su fuerza, siendo quien se es, con un hondo sentido de hacia dónde se va y de dónde se viene; sostenerse con lucidez en medio del torbellino de la existencia. Contenerse dentro de sí como centro de vida y de energía espiritual; contenerse ante las seducciones y tentaciones que puedan acosarnos, ante los ataques y provocaciones, ante las mentiras y calumnias, ante los sinsabores y las decepciones, ante la tentación de abandonar o rendirse; un contenerse que es tenerse-con, tenerse no en aislamiento egoísta sino junto a lo que nos rodea y cooperando con ello, con ánimo de dar y compartir, en concordia y armonía con el entorno; un contener de forma luminosa y serena la realidad total de sí mismo; un contener la propia savia íntima y sentir bien el contenido del propio ser para después poder trasmitirlo a los demás y al mundo en el que vivimos.

Tenemos que ser conscientes de las dañinas o insanas tendencias que levantan la cabeza en nuestra alma, de los vicios que puedan apoderarse de ella y de los malos hábitos en que vamos incurriendo de forma un tanto indolente. Tenemos que ser muy conscientes de los peligros y amenazas que nos acechan, pero también de las oportunidades que se nos presentan, así como de los dones que hemos recibido y que cada día recibimos de nuevo. Tenemos que ser conscientes de la vida que discurre bajo nuestros pies y en torno a nosotros, siendo capaces de percibir la riqueza, la maravilla y el misterio que nos rodean.

La vida vivida de forma consciente es la única que puede considerarse plena y realmente vida: una vida henchida, gozada en libertad y con señorío de sí, capaz de cumplir o alcanzar su destino. Por el contrario, una vida sin consciencia, o vivida con consciencia reducida y nublada, es una vida disminuida, una minusvida, una vida inválida o minusválida, una infravida, una vida a medias, enteca y demediada. Vivir inconscientemente es perderse en la vida, no acertar a encontrar el propio lugar, no saber dónde uno se encuentra ni hacia dónde va, por lo cual tiene que ir dando palos de ciego. Pero aún, es perder la vida: irla perdiendo poco a poco, como si uno tuviera un agujero por el que se le va escapando sin que se dé cuenta de ello; perderla como si te la quitaran (siendo tú mismo el que te la quitas); perderla como si te mataran o te mataras, como si te fueras matando o anulando lentamente, como si te suicidaras de forma indolente y a plazos. Quien vive inconscientemente es como un cadáver viviente, un zombi o ente inanimado, un ser semivivo o semimuerto, más muerto que vivo.

Una consciencia despierta y madura es condición sine qua non para poder disfrutar a fondo de la vida, para poder saborearla como es debido. Cuando estamos distraídos o ausentes, obsesionados con algo, no captamos el sabor de las cosas, no saboreamos por ejemplo los alimentos que engullimos, por muy exquisitos que sean; ni tan siquiera nos damos cuenta de que estamos comiendo y qué es lo que comemos, al estar nuestra mente en otro sitio. Hay que prestar atención a lo que la vida nos ofrece, a lo que en ella se da y sucede, para descubrir su sabor, para saber a qué sabe. La consciencia nos abre así las puertas de la sabiduría de la vida, que, como se ha dicho con acierto, es un saber de sabores. Si vivo de forma inconsciente, o con una consciencia pobre, traído y llevado por los acontecimientos que me suceden y por las fuerzas oscuras de mi subconsciente, difícilmente podré saborear la vida en su plenitud, con todos sus inmensos tesoros, tan innumerables como delicados.

La nueva y futura Ilustración que propugnamos, la Ilustración integral que Europa y la Humanidad necesitan imperiosamente, se configurará como un auténtico Despertar. Un pleno despertar espiritual, intelectual e intelectivo. Una radiante eclosión de la Mente. Un alborear o amanecer de la Luz presente en el fondo y en el centro de la naturaleza humana. Una reluciente aurora de la consciencia y la inteligencia, tras el ocaso de esta era oscura, fosca y lúgubre, en la que constatamos el total eclipse del intelecto humano.

Lo principal en nuestra vida, como han enseñado todas las escuelas filosóficas, espirituales y sapienciales, es que nos conozcamos a nosotros mismos. Este es el saber y el conocimiento que más interesa y que debemos buscar por encima de todo. Por ello, en el frontispicio de la Fundación debería figurar la divisa délfica, la sabia sentencia escrita con letras de oro en el dintel del Templo de Apolo en Delfos, en la que se encierra todo el secreto de la Sabiduría: gnothi seautón, “conócete a ti mismo”. Es decir: conoce el Misterio que mora dentro de ti; descubre la Verdad que llevas en el centro de tu ser y que constituye tu esencia; sé consciente de ese Misterio y esa Verdad, ábrete a ellos y realízalos de forma efectiva en tu vida, de tal forma que se hagan realidad plena en ella y se conviertan en el eje de todo tu existir, de tu obrar, decir y pensar.

4.- Profundizar, con una perspectiva auténticamente ecuménica y universal, en el conocimiento de las diversas tradiciones espirituales de la Humanidad: desde el Cristianismo (en todas sus vertientes y dimensiones, con sus tres ramas principales: católica, evangélica y ortodoxa oriental) al Taoísmo y el Confucianismo; desde el Hinduismo, con el Vedanta y el Yoga, a la Kábala y el Hasidismo (la mística y el esoterismo hebreos); desde el Budismo (con sus diversas escuelas y tendencias: Theravada, Mahayana y Vajrayana; Zen, Shin, Kegon o Hua-Yen, Shingon, Tendai, Nichiren, Shinshu, etc.) al Shinto japonés o la religión zoroástrica; desde la sabiduría del antiguo Egipto y el Mitraísmo iranio-romano al Sufismo islámico o la Alquimia; desde la antigua sabiduría de los Druidas y la tradición céltica al saber esotérico de la Masonería tradicional, con su rica simbología arquitectónica, constructiva y cosmológica; desde el Platonismo y el Neoplatonismo (con sus múltiples derivaciones a lo largo de la Historia) al Chamanismo nordasiático y la cosmovisión sagrada de los pieles rojas americanos.

Deshacer las falsas ideas que sobre muchas de estas doctrinas existen en la sociedad actual, las cuales son fomentadas por corrientes sectarias y por individuos no debidamente cualificados, con daño irreparable no sólo para el deseable entendimiento entre los seres humanos, sino también para el posible enriquecimiento personal de muchas personas que se podrían ver ayudadas por un conocimiento más riguroso de las enseñanzas vehiculadas en algunas de tales tradiciones.

Favorecer el diálogo entre las religiones y doctrinas sagradas de la Humanidad, mostrando sus puntos de coincidencia y sus significativos paralelismos. Ahondar en su mensaje más alto y profundo, con el fin de descubrir las valiosas aportaciones que pueden ofrecer al hombre actual, para orientar su vida y ayudarle a superar su crisis existencial. Aprovechar, para ello, el rico tesoro de conocimientos, planteamientos y enfoques que ha proporcionado, en los últimos tiempos, la Ciencia comparada de las religiones, cuya aportación ha resultado decisiva para el conocimiento de la más alta sabiduría de la Humanidad y para el entendimiento inter-tradicional.

Se dedicará atención preferente a las enseñanzas de los grandes maestros espirituales del Oriente: Buddha, Lao-Tse, Chuang-Tse, Confucio, Mencio, Shankara, Ramanuja, Patáñjali, Nagarjuna, Dogen, Hui-Neng, Hakuin, Nichiren, Shinran, Saichi, Kobo Daishi, Ramana Maharshi, Ramakrishna, Krishna Prem, Vivekananda, Swami Vijoyananda, Sister Nivedita, Sri Aurobindo, Ma Ananda Mayi, Ma Suryananda Lakshmi, Swami Sivananda, Swami Muktananda, Iyengar, Nikhilananda, Swani Ramdas, Swami Prajnanpada, Sri Nisargadatta Maharaj, Ma Suryananda Lakshmi, S. Radahkrishnan, T.M.P. Mahadevan, R.D. Ranade, D.T. Suzuki, Shibayama, Thich Nhat Hanh, Shunryu Suzuki, Yasutani Roshi, Sheng Yen, Dalai Lama, U Pandita, Rahula, Ajahn Chah, Nyanaponika Mahathera, Sangharakshita, Zopa Rinpoché o Seung Sahn; así como a las transmitidas por los místicos, teólogos, filósofos y sabios occidentales de la Antigüedad, tanto griegos y romanos: Heráclito, Pitágoras, Platón, Plotino, Proclo, Jámblico, Porfirio, Epicteto, Séneca, Cicerón, Virgilio, Horacio, Plutarco, Marco Aurelio, Juliano, Macrobio; y las que nos llegan de los grandes representantes de la tradición hebrea: Filón de Alejandría, Salomón Ibn Gabirol, Maimónides, Ezra de Gerona, León Hebreo, Isaac de Luria, Moisés Cordovero, Rabí Dom Sem Tob, Abraham Cohen de Herrera, Rabino Haim David Zukerwar, Rabino Levy Isaac Krakovsky, Martin Buber, Franz Rosenzweig, Abraham Joshua Heschel, Rabino Yehuda Ashlag, Maurice Grinberg, Rabino Moses Luzzatto.

Y, por último, el mensaje de los más preclaros exponentes de la tradición cristiana: San Juan Crisóstomo, San Clemente de Alejandría, San Ireneo, Dionisio Areopagita, Orígenes, San Bernardo, San Francisco de Asís, San Buenaventura, Escoto Erígena, Tomás de Aquino, Palamas, Hildegarda de Bingen, Eckhart, Juliana de Norwich, Hilton, Nicolás de Cusa, Arnd, Labadie, Suso, Tauler, Weigel, Böhme, Sebastian Franck, Law, Ruysbroek, Santa Catalina de Siena, San Francisco de Sales, Berulle, Kirchberger, Pierre de Caussade, Eckartshausen, Hahn, Sailer, Baker, Saint-Martin, Swedenborg, Madame Guyon, Kuyper, Traherne, Grignon de Monfort, Lacordaire, Ozanam, Teresa de Lisieux, Sofía Seimonoff, Grundtvig, Dupanloup, Padre Berthier, Newman, Drummond, Monseñor Prohászka, Cardenal Gomá, Olgiati, Scheeben, Bulgakoff, Florenski, Pío XII, Juan XXIII, Elisabeth Leseur, Tillich, Aimé Forest, Le Saux, Rahner, De Lubac, Congar, Garrigou-Lagrange, Schlatter, Althaus, Brunner, Poucel, Cognet, Von Hildebrand, Häring, Urs von Balthasar, Lütgert, Jäger, Évely, Evdokimov, Grün, Teresa de Calcuta, Ratzinger, González de Cardedal.

Ni que decir tiene que estos cuatro primeros puntos constituyen el núcleo fuerte de la Fundación, su centro de animación, su cimiento y piedra angular, teniendo prioridad y primacía sobre el resto de las cuestiones que forman su entramado argumental, a las cuales dan sentido y fundamento. Sin la base y el cimiento que proporcionan estos cuatro puntos, todas las demás iniciativas que la Fundación pretende emprender quedarían sin sentido, se desplomarían y resultarían inoperantes.

[Nota: Hay que hacer la salvedad de que algunos de los autores mencionados, especialmente en el apartado de la Sabiduría oriental, no pueden considerarse plenamente ortodoxos, pues han aceptado ideas o conceptos desviados provenientes de la moderna civilización occidental, como ocurre con Vivekananda y Aurobindo; pero esto no quita para que se estudien y se tengan muy en cuenta sus valiosas aportaciones en numerosas cuestiones.]

5.- Delinear una cosmovisión auténtica y profunda. Recuperar y ofrecer al hombre de hoy la cosmovisión contenida en la Filosofía Perenne o Sabiduría universal, algo de lo que el mundo actual está sumamente necesitado. Superar así la mentalidad atomizada, desintegrada, fraccionada y fragmentada en la que hoy vivimos aprisionados.

El hombre-masa de nuestros días, corto de vista, intelectualmente miope y estrábico (cuando no ciego), con una mirada pobre y muy limitada, es incapaz de elevarse a una visión de unidad y totalidad, a una verdadera cosmovisión, por ser la suya una visión atomística, inorgánica, desunida, dispersa e inconexa (privada de las necesarias conexiones internas que le den sentido y unidad), y, por ello mismo, incoherente e inconsistente, carente de cohesión interna. Su manera de pensar y de ver la realidad, su forma de concebir o mirar la vida y las cosas que en ella ocurren, está, por así decirlo, pulverizada y descoyuntada, desarticulada y desmembrada; es puntillista (ve la realidad a trozos, dividida en una infinidad de puntos sin nexo alguno entre sí), sin altura, sin perspectiva y sin visión de conjunto, por lo cual no puede proporcionarle el sentido que el ser humano busca sin cesar y necesita para poder vivir.

Presentar, en toda su riqueza, en su pluralidad de planteamientos y matices, la cosmovisión tradicional, la única cosmovisión que es realmente tal: visión de la realidad en su integridad y totalidad; visión global, amplia, profunda y completa del Cosmos, tan completa que penetra hasta sus fundamentos últimos, supra-cósmicos. Una verdadera cosmovisión, por reunir las notas de compleción, unidad, totalidad y universalidad, que es además cosmovisión verdadera, porque está animada por la Verdad, porque está toda ella recorrida por una vena de luminosa verdad y porque la inspira y anima un insobornable afán de veracidad. Una cosmovisión, en suma, rigurosa, correcta y certera, plenamente ortodoxa (del griego orthós, “correcto”, “exacto” o “verdadero”, y doxa, “opinión” o manera de ver las cosas), alejada de cualquier heterodoxia, esto es, de cualquier enfoque erróneo, sesgado o desviado.

Por otra parte, esta cosmovisión, para ser verdadera, ortodoxa, correcta y fiable, no puede ser creación humana, no puede haber sido creada, inventada o fabricada por el hombre. Los hombres la formulan, la recogen y le dan forma, pero no la crean ni la inventan. Hay en ella la irrupción, manifestación o revelación de una Realidad trascendente, de cuya voz y cuyo mensaje se hacen eco los seres humanos, y más concretamente los sabios, los grandes videntes y maestros espirituales, que nos la trasmiten después de haber visto y escuchado la Voz divina, ya sea en el Cosmos o en la Revelación directa. De ahí su carga de certeza (en la que no hay sombra de duda o incertidumbre), su inagotable riqueza, su hondura y profundidad (que va más allá de cuanto la mente humana pueda idear o abarcar), su cohesión y coherencia (la concordancia y congruencia de los diversos elementos que la integran, la íntima e indestructible ligazón entre todas sus partes), su sólido y robusto realismo (su fidelidad a lo real), su impersonal sabiduría (por encima de cualquier opinión humana), su amplitud y elevación.

Únicamente la cosmovisión tradicional reúne todas estas condiciones. Y esto es lo que la hace indispensable. Sólo contando con una cosmovisión sagrada, íntegra, auténtica, profunda y coherente, bien fundada y a la que no se le escape nada, que no excluya ni deje al margen ningún aspecto de lo real, puede organizarse la existencia humana como es debido, pues sólo ella puede enseñarnos qué es el hombre, cuál es su origen y su fin último, cuál es su puesto y cometido en el Cosmos, cuál es su razón de ser y cómo ha de vivir. Sólo partiendo de una cosmovisión de raíz sacra y sapiencial podrá retornar la Humanidad al orden y a la normalidad.

Dicha cosmovisión, como su nombre indica (cosmo-visión), es una visión total, holística, íntegra y unitaria del Cosmos. Una visión omnímoda u omniabarcante, que nos ofrece una interpretación fiel y consistente, puramente objetiva, hondamente realista, caleidoscópica y pluridimensional, sin grietas ni fisuras, de todos los planos, niveles y dimensiones de la Existencia o Manifestación universal, sin dejar nada fuera, abarcando incluso lo que está por encima de esa misma Existencia. Una visión panorámica, totalizadora, integral e integradora, luminosa e iluminadora, armónica y armonizadora, que incorpora el inmenso potencial del mito y del logos, del pensamiento y de la palabra, del símbolo y del rito, de la filosofía y de la poesía (con todo el poder, a la vez iluminante y anagógico, que en sí encierran estas fuerzas o manifestaciones vitales). Una visión, por otra parte –dada su amplitud, su elevación y su gran apertura intelectual–, distante de cualquier dogmatismo. Nada más opuesto a una visión integral, universal y profunda de la realidad, que los dogmatismos, los cuales, por su estrechez y cerrazón, son siempre intolerantes y agresivos, unilaterales o partidistas (dominados por una mayor o menor tendencia a la parcialidad), incapaces de captar la riqueza de lo real y de ver la vida en toda su profundidad, adoleciendo generalmente de un sesgo ideologizante y manipulador.

Se trata –por lo que a la visión integral y adogmática a la que aquí nos referimos– de una verdadera cosmovisión que nos permite ver, interpretar y entender correctamente la totalidad de lo real: el mundo, la vida, el hombre, la sociedad y la Historia. Y nos permite también descifrar la significación y el valor de los distintos elementos que intervienen en la constitución del ser humano (cuerpo, alma o psique, espíritu, mente, razón, inteligencia, memoria, voluntad, carácter, sensibilidad, imaginación, libido, instintos, emociones y sentimientos), así como de los factores que le dan forma personal y diferenciada, configurando su destino personal (sexo, raza, casta o vocación, edad, herencia biológica, patrimonio hereditario, fecha y lugar de nacimiento). Nos permite también averiguar la verdadera naturaleza y función o finalidad de las instituciones, elementos, sectores y campos de actividad que forman parte de la cultura y la civilización: la política, la economía, la ciencia, el derecho, el arte, la filosofía, la religión y el culto, el matrimonio y la familia, la medicina, el trabajo, la docencia, la autoridad, las relaciones sociales, etc.

Esta visión integral, armonizadora y totalizadora bien puede ser calificada de Realismo armónico o Realismo integral. En ella quedan perfectamente integrados y reconciliados polos aparentemente opuestos como objetividad y subjetividad, espiritualidad y materialidad, trascendencia e inmanencia, divinidad y humanidad, autoridad y libertad, virilidad y feminidad, esencia y existencia, resolviendo el conflicto irreconciliable que la mente humana suele encontrar o plantear entre ambos polos por no saber encontrar la adecuada perspectiva. En ella quedan también armonizados, como ya se ha indicado con anterioridad, lo celestial y lo terreno, lo temporal y lo eterno, lo nouménico y lo fenoménico, lo sobrenatural y lo natural, lo esencial y lo accesorio (lo contingente), lo cósmico y o supracósmico, lo exterior y lo interior, lo superficial y lo profundo, lo exotérico y lo esotérico. La cosmovisión tradicional, o visión del Realismo armónico, integra y armoniza también los tres planos constituidos por lo racional, lo irracional (o infra-racional) y lo supra-racional, que de ordinario se suelen ver enfrentados por la falta de un enfoque correcto, que tenga la altura intelectual necesaria.

La cosmovisión tradicional es unitaria, tiene una profunda unidad, aunque no uniformidad. Es plural, pues admite e integra una pluralidad de perspectivas, todas ellas legítimas y, aunque muy diferentes en sus enfoques –incluso a veces aparentemente en conflicto–, perfectamente armonizables y complementarias, siendo expresiones diversas de una misma Verdad fundamental. Es una cosmovisión sacra, orgánica, jerárquica (en la cual cada cosa encuentra el puesto y nivel que le corresponde dentro del Todo), viva y plena de frescor, y además rigurosamente sistemática, aun cuando no puede encerrarse en ningún sistema (como pueda ser una construcción ideológica) y, por su misma naturaleza, rebasa cualquier intento de sistematización artificial. La variedad y pluralidad enriquecen; la uniformidad empobrece. Aunque suele confundirse con la unidad, la uniformidad es justo lo contrario de la tendencia unitiva: con su impulso a establecer una igualdad artificial y forzada, ejerce una acción que tiene un efecto disolvente y desintegrador. La pluralidad es indispensable para que exista verdadera unidad; la uniformidad mina y destruye la unidad. La pluralidad es signo de vida, de riqueza vital; la uniformidad es contraria a la vida, asfixia las fuerzas creadoras, es empobrecedora y mortífera por propia naturaleza: mata el espíritu, mata el carácter y la personalidad, mata la cultura y la libertad.

En un mundo como el actual, en el que no hay más que visiones fragmentarias, superficiales, parciales y partidistas, subjetivas y arbitrarias, escindidas y desintegradas, infundadas (o carentes del necesario fundamento) y desprincipiadas (carentes de principio inspirador), y, por ende, incapaces de dar razón de lo real, se hace sentir con especial agudeza la necesidad de esta cosmovisión tradicional. Hoy no tenemos, o no se nos ofrece, más que una manera de ver las cosas que bien podría ser calificada de partista o parcialista, ya que sólo ve una parte de la realidad, la cual es considerada, por otra parte, algo totalmente independiente, total y supremo, como si fuera lo más importante o lo único importante y decisivo; toma la parte por el todo. Suele ser, además, una visión separatista (tiende a separar, escindir y dividir, de manera ilegítima, violentando lo real y creando oposiciones y conflictos tan artificiales como innecesarios), reduccionista (reduce la realidad a un aspecto limitado, con el que pretende explicar todo el resto) y absolutista (absolutiza una porción de lo real, oprimiendo el resto bajo su peso artificialmente exagerado y sobredimensionado, y convierte en absoluto lo relativo, al tiempo que relativiza lo Absoluto, siendo relativista por vocación). En esta visión tan pobre, tan miope, tan corta de miras, está la raíz de los males que nos aquejan.

Hay quienes defienden una postura muy recta y rigurosa en lo moral, pero al mismo tiempo aceptan sin reparos las aberraciones del llamado “arte contemporáneo” e incluso se convierten en defensores acérrimos del mismo. Se oponen al relativismo moral, pero admiten sin ningún problema el relativismo artístico o estético. Piensan que no tiene nada que ver lo uno con lo otro. ¿Creen que van a poder poner remedio al desorden moral y ético mientras avanza y se va imponiendo por doquier el caos en el mundo del arte y de la cultura? De la misma forma, vemos que hay una enorme preocupación por la salud física o corporal, mientras se descuidan o se ignoran por completo la salud anímica y la salud espiritual. O, para citar otro ejemplo, no se puede rechazar le mentira y hablar de sus efectos deletéreos tanto en la vida personal como en las relaciones sociales, y luego aceptar y dar por válida una visión de la Historia, o de determinados acontecimientos históricos, construida a base de embustes, deformaciones y mentiras. Con enfoques parciales de este jaez no se puede ir muy lejos. Únicamente se puede contribuir a aumentar la confusión, el caos y el desorden ya imperantes.

La Vida forma una unidad. No es un mosaico inconexo surgido al azar y sin sentido, sino una unidad compleja, rica y delicada, de inagotable riqueza, con una multiplicidad de campos, aspectos, niveles y dimensiones, pero con un hilo unificador y vivificante que recorre esa multiplicidad dándole armonía y cohesión. El Universo, el Todo cósmico y universal, no está formado por una serie de compartimentos estancos, sin relación alguna entre ellos y que funcionen como islotes independientes, sino que constituye una totalidad orgánica en la que nada puede existir ni entenderse de forma aislada. La realidad es un todo ordenado, pleno de sentido y significación, un todo en el que todas las cosas están interrelacionadas. Todo guarda conexión con todo, todo influye en todo: cosas que aparentemente no tienen nada que ver entre sí están unidos por lazos muy sutiles y profundos que conviene descubrir, conocer, respetar y aceptar. Sólo con una visión unitaria, integral y totalizadora, podemos vivir y situarnos en el Cosmos de forma realista.

Frente a la mentalidad secularizada, profana y mundana, vulgar y puramente horizontal, hoy día dominante, que todo lo envilece, viola y profana, y que lleva consigo una visión parcelaria de la realidad, en la cual ésta es vista como un caótico conglomerado dividido en parcelas inconexas, cuando no contradictorias o incluso enfrentadas entre sí, hay que recuperar la visión de unidad, de síntesis y de armonía que proporciona la Sabiduría universal. La única que puede dar sentido a la existencia. El hombre no puede vivir –humanamente, se sobreentiende– sin una cosmovisión que le explique el significado del Universo y del mundo en el que vive, que le muestre o le lleve a descubrir el sentido de la vida y de la muerte, que le enseñe o le haga ver quién es él (como persona única e irrepetible), de dónde viene y adónde va, ayudándole así a comprender cuál es su destino y misión en este mundo, y permitiéndole ver con claridad cómo se insertan su acción y su devenir terrenos en el Orden universal.

6.- Trabajar en pro de la restauración espiritual de Occidente, preparando así el camino para un futuro renacimiento que afecte a todos los ámbitos de la vida. Alentar ese renacimiento integral (renacimiento cultural, intelectual, moral y vital), cuyo primer paso habrá de ser el retorno de lo sagrado. Restaurar la visión trascendente, con lo que esto supone de respeto a lo sobrenatural, suprarracional, suprasensible y suprahumano, viendo con toda claridad la conexión existente entre lo natural y lo sobrenatural, entre lo material y lo espiritual, entre lo sensible y lo suprasensible, entre lo cósmico y lo supracósmico, entre el devenir y el ser, entre lo humano y lo divino.

Llevar a cabo la gran revolución espiritual que el mundo necesita o, al menos, prepararle el camino, ocupando el puesto y desempeñando el papel que a España y a las generaciones presentes y venideras les corresponda. Una revolución –la única válida y auténtica– que supone rectificar la línea que llevan el mundo y la civilización actuales, pues significa un re-volver al Origen, re-evolucionar hacia el Bien (que es nuestro Principio y nuestra Meta). Se trata de una empresa verdaderamente revolucionaria, porque significa un profundo revulsivo, un cambio radical en las concepciones y actitudes, una transformación integral de la existencia, la creación de una nueva realidad humana, social y cultural, volviendo a dar vida y vigencia a la herencia sacra de la Humanidad y a los valores imperecederos contenidos en ella.

Superar la hybris fáustica y prometeica que desgarra a la humanidad occidental y arruina su vida. Ofrecer una clara y firme alternativa al cáncer laicista, impío, ateo y agnóstico que corroe las entrañas del Occidente. Redespertar en el hombre europeo el sentido de lo sagrado. Devolver a los seres humanos de nuestros días la visión sagrada de la realidad, condición indispensable para lograr la salud, la libertad, la felicidad y la plenitud. Hacerles descubrir la sacralidad del Cosmos en el que viven y del que forman parte, y descubrir asimismo la sacralidad de todos los seres y creaturas que lo habitan. Abrir sus ojos al misterio que la realidad encierra, así como a las múltiples, profundas y sutiles conexiones que configuran su entramado.

Luchar y trabajar para que la humanidad occidental, superando el superficial y burdo agnosticismo en que vive, redescubra el aliento sacro que anima y sostiene el Universo. Hacer posible que su alma y sus sentidos capten el fluido sagrado que recorre la Vida universal y el Orden cósmico, permitiendo así que su vida fluya en armonía con el ritmo suave y melodioso del Cosmos. En este mundo profano y profanado, desacralizado, desencantado y deshumanizado, buscar los cauces para resacralizar la vida, de tal forma que cada cual pueda tener una vivencia sacra de todo cuanto le rodea y de su propia existencia.

Recobrar la visión sagrada significa: reconexión con el Ser, apertura a la Trascendencia, arraigo en lo Divino, mirada puesta en lo Absoluto y Eterno (lo supremamente Real), capacidad y disposición para sentirse conmovido ante el Misterio (respetarlo y reconocerlo como tal Misterio, como algo que nos rebasa, rodea y abraza), atención dirigida al Centro supremo, girando en torno a Él con ritmo sereno y bien medido.

Esta visión sagrada, elevada y profunda, es inseparable de la actitud religiosa ante la vida (la religión como religación radical, como un re-ligarse, re-conectarse o re-vincularse con la Raíz última de la existencia) y exige una mentalidad abierta y acogedora, no dogmática, fanática ni sectaria; una mentalidad respetuosa y reverente, sabia y amorosa, lúcida y luminosa, consciente y despierta, libre de prejuicios y esquemas apriorísticos, que sea capaz de captar la realidad tal cual es, sin falsificaciones ni deformaciones. Sólo recuperando la visión religiosa y sagrada, con todo lo que ella comporta de profundidad consciente, de riqueza espiritual y de sabiduría existencial, podrá el hombre reencontrar la paz y la unidad, consiguiendo la armonía consigo mismo, con el prójimo, con la Naturaleza y con Dios.

Frente a los continuos ataques que sufre la religión en esta sociedad materialista y descreída, así como frente al desprecio y la hostilidad hacia el hecho religioso que tanto se han extendido en el mundo moderno (ya desde la Revolución Francesa), hay que proclamar la importancia fundamental de la religión como puntal indispensable de la existencia humana. Frente a las deformaciones e interpretaciones superficiales de la idea religiosa, que también abundan en nuestros días, hay que trabajar con ahínco para devolver a la religión su verdadero sentido, sus perfiles más auténticos y su diafanidad intrínseca. [Nota: sobre el odio hacia la religión, hoy tan extendido, cabe citar la opinión de un conocido periodista español, quien no hace mucho, en un programa televisivo, afirmaba que los dos más graves problemas o amenazas para el mundo actual son el terrorismo y la religión].

La Fundación apoyará toda iniciativa encaminada a defender la religión, a recuperar y mantener vivo el sentido religioso en la sociedad, sin que ello suponga, no obstante, ninguna vinculación o adscripción confesional. La Fundación es completamente independiente, mantendrá siempre su autonomía con respecto a cualquier grupo o tendencia y no estará asociada a ninguna iglesia, confesión o religión concreta, aun cuando esté en su ánimo el colaborar con las diversas instituciones, organizaciones y agrupaciones eclesiales o religiosas, así como el ayudarlas en lo que éstas puedan necesitar y apoyarlas o asesorarlas en las cuestiones que las mismas requieran.

7.- Rearmar intelectual y moralmente a la sociedad. Aportar claridad en el ambiente de confusión, de caos y desorientación actualmente imperantes. Actuar como faro y conciencia de la sociedad en la que se encuentra inserta, cumpliendo de manera tan imparcial como insobornable una función orientadora, alertadora, clarificadora y correctora. Arrojar luz sobre la oscuridad y penumbra que rodea al hombre actual, siguiendo siempre la línea luminosa, diáfana, serena y supremamente objetiva de la Sabiduría perenne. Orientar, aconsejar y asesorar allí donde sea necesario, donde se pida o solicite alguna pauta orientativa, donde se requiera una acción de clarificación o esclarecimiento.

Proporcionar a los seres humanos los elementos indispensables para que puedan orientarse en estos tiempos difíciles de zozobra e inestabilidad, dándoles criterios claros, principios firmes, valores indudables y bien contrastados. Hacer así posible que cada cual pueda dirigir su propia vida, conducirse libremente y como es debido, guiarse por sí mismo sin verse manipulado ni correr el riesgo de caer bajo influencias alienantes y nocivas. Devolver la ilusión, lo que es tanto como decir el entusiasmo, la energía creadora y el ánimo combativo y emprendedor, a esta sociedad desilusionada, desanimada y desmoralizada; restituirle el fuste y el norte perdidos.

Dar al cuerpo social una tupida red de principios, pautas y normas que permitan vertebrar su existencia: principios de origen no-humano, que no sean fruto de opiniones más o menos discutibles, y, por ello mismo, de carácter completamente objetivo (más allá de cualquier enfoque subjetivo, trascendiendo toda postura individualista o subjetivista) y de naturaleza intemporal e incondicionada (o incondicional), que están por encima de las limitaciones y los condicionamientos del tiempo y del espacio.

Elevar la moral de la sociedad, en todos los sentidos: darle moral, ánimo, coraje y temple, arrestos para afrontar los problemas que surjan en su camino, espíritu de lucha y de victoria, una manera positiva de ver las cosas; y también dotarla de una sana y fuerte moralidad, proporcionarle los indispensables puntos de referencia éticos, con vistas a su regeneración moral y a la renovación de su estilo de vida. Ofrecer a los individuos y a los grupos sociales los sólidos criterios éticos y morales que les son indispensables para poder organizarse y funcionar como es debido. Ayudarles a fortalecerse internamente y ganar en autoestima, de tal forma que encaren con una moral alta los desafíos y dificultades que les plantea la realidad en estos tiempos recios.

Redespertar entre las gentes la vocación heroica que hizo grande a nuestra raza, como a otros muchos pueblos y razas protagonistas de la Historia. Fomentar y cultivar el heroísmo de la vida cotidiana, que consiste en la afirmación decidida y responsable de los valores espirituales, de los grandes valores y principios que hacen la vida digna de ser vivida. Reavivar en sus almas la visión poética de la vida, sepultada y cegada por el ambiente groseramente prosaico de la actual civilización profana y materialista. La poesía nos es indispensable para poder dar sentido a nuestra vida. El ser humano necesita una mirada poética sobre el mundo, creadora de bondad y de belleza, despertadora de toda la potencia amorosa, delicada y tierna que late en el fondo de su corazón. Una mirada capaz de percibir, sentir y expresarse tanto con una vena lírica como épica. Sin la luz y la calidez que dimanan de la visión poética, que es por esencia creativa, cálida e iluminadora, no es posible encauzar bien la vida y vivirla con plenitud, descifrar sus enigmas y descubrir sus más preciados tesoros.

Ahora bien, para que sea posible devolver a la Humanidad presente la visión poética, en su significación más genuina, a la vez elevada y profunda, es necesario, como condición sine qua non, recuperar la visión mítica, mística y simbólica que ha sido característica de toda cultura tradicional. Sólo cuando los hombres vuelvan a descubrir el verdadero sentido del mito y del símbolo, con toda su carga intelectual, su contenido sagrado y su fuerza mística, y lleguen a vivirlos a fondo, nacerá en sus almas la inspiración poética que necesitan para vivir como es debido y para renovar incesantemente sus vidas.

Habría que volver a insistir aquí en lo antes dicho acerca de la revitalización de la inteligencia y la consciencia. Para moralizar la vida social hay que empezar por devolver a la sociedad la inteligencia y la consciencia, pues la moral descansa tanto en una inteligencia lúcida, capaz de ver con claridad la importancia de la rectitud y las normas o principios que han de tenerse en cuenta, como en una consciencia despierta, capaz de darse cuenta de que está obrando mal o de forma incorrecta cuando se aleja de la justa vía o del sendero recto. Inteligencia y moral se influyen recíprocamente, desarrollándose ambas siempre sobre la base de una consciencia que ilumina y aclara la conciencia moral: si, por un lado, la inteligencia nos permite encontrar los sólidos criterios éticos y morales que necesitamos para vivir, por otro lado, un recto comportamiento ético ayuda al crecimiento y desarrollo de la inteligencia, pues, como bien apuntara Julián Marías, “la inteligencia tiene raíces morales” (la inmoralidad nubla y entenebrece la inteligencia, así como una actitud moral adecuada la esclarece).

Para que la sociedad y los individuos puedan tomar conciencia de los dilemas morales en los que se debate la vida humana han de tener una inteligencia y una consciencia despejadas, libres de ofuscaciones que nublen la una y la otra. Una inteligencia y una consciencia fuertes, profundas, limpias, bien depuradas y transparentes, intensas y vibrantes, que no se dejen oscurecer ni sobornar por nada, son imprescindibles para apreciar y estimar los valores, que son los que dan contenido, moral, sabor y altura a la vida. En un mundo sin conciencia (que ya no sabe o no le interesa distinguir entre el bien y el mal) y sin consciencia (sumido en un sopor anulador e idiotizante), nada más necesario que devolver a los hombres lo uno y lo otro: despertar su conciencia moral, concienciarles de la importancia del recto obrar (incluido la recta palabra y el recto pensamiento), y elevar su nivel de consciencia, la calidad e intensidad de ésta, hasta que se alcance, en la medida de lo posible, las cimas de la supra-consciencia.

8.- Salvar y revitalizar la cultura de Occidente, hoy amenazada por todos los flancos. Rescatar las más valiosas aportaciones de la espiritualidad, la filosofía y la cultura europeas (desde la Antigüedad grecorromana hasta el mejor pensamiento del siglo XX). Estudiar, analizar, comentar y dar a conocer las grandes figuras de nuestra cultura occidental y sus obras, despertando el interés y el amor por ellas, especialmente entre la juventud, de tal forma que perciban con nitidez la grandeza y el esplendor de la mejor herencia de Occidente. Todo ello siempre de acuerdo con los principios que guían a la Fundación, expuestos en los primeros puntos, y desde la amplia y elevada perspectiva que de ellos se deriva.

Realizar una intensa labor para que las nuevas generaciones descubran las más sublimes creaciones de la humanidad occidental en todos los campos:

a) la música: Palestrina, Monteverdi, Bach, Händel, Schütz, Bouzignac, Vivaldi, Corelli, Cimarosa, Brade, Buxtehude, Purcell, Boyce, Blow, Biber, Hasse, Gabrieli, Boccherini, Kerll, Beethoven, Mozart, Haydn, Albrechtberger, Esterházy, Dvorak, Charpentier, Lully, Delalande, Rameau, Pachelbel, Graun, Eybler, Roman, Fuchs, Liszt, Berlioz, Cherubini, Gade, Hamerik, Wagner, Marschner, Schumann, Schubert, Brahms, Mendelssohn, Field, Peri, Gounod, D’Indy, Fauré, Bizet, Bruckner, Chaikovsky, Glazunoff, Rheinberger, Perosi, Rossini, Verdi, Grieg, Sibelius, Pierné, Franck, Mahler, Elgar, Stenhammar, Halvorsen, Pfitzner, Bruch, Carissini, Colonna, Korngold, Rubinstein, Sammartini, Schmidt, Massenet, Strauss, Saint-Saëns, Scriabin, Stainer, Stanford, Parry, Hildegard von Bingen, Widor, Vaughan Williams;

b) la poesía y la literatura: Homero, Hesíodo, Sófocles, Eurípides, Virgilio, Píndaro, Dante, Petrarca, Shakespeare, Camoens, Corneille, Racine, Ronsard, Klopstock, Bunyan, Gellert, Goethe, Schiller, Novalis, Blake, Rückert, Manzoni, Hugo, Lamartine, Chateaubriand, Mörike, Körner, Keats, Dostoyevsky, Gezelle, Uhland, Stifter, Leopardi, Carducci, Giusti, Arnold, Tennyson, Wordsworth, Coleridge, Longfellow, Laprade, Péguy, Pessoa, Pascoaes, Pascoli, Whitman, Twain, Valéry, Kafka, Eminescu, Rilke, Brasillach, Bernanos, Papini, Weinheber, Miegel, Schröder, Claudel, Saint-Exupéry, Guérin, Montherlant, Pound, Vallon, Eliot, Yeats, Teixeira de Pascoaes, Bergengruen, Saint-Exupéry, Chesterton, Volkoff, Tolkien;

c) el arte, tanto en pintura como en escultura y arquitectura: Cimabué, Giotto, Fra Angelico, Lippi, Della Robbia, Durero, Rafael, Leonardo, Donatello, Brunelleschi, Ghiberti, Riemenschneider, Kraft, Stoss, Colombe, Perugino, Correggio, Pisano, Van Eyck, Van der Weyden, Memling, Parler, Grünewald, Rubens, Rembrandt, Van Dyck, Altdorfer, Cranach, Vischer, Leoni, Chanterène, Bouchardon, Coysevox, Notke, Pisano, Parler, Chantray, Bernini, Reni, La Tour, Wren, Runge, Feuerbach, West, Cole, Church, Doughty, G.D. Friedrich, Martin, Carus, Delacroix, Overbeck, Kauffmann, Cornelius, Pforr, Thorvaldsen, Bissen, Fogelberg, Eckersberg, Moritz von Schwind, Schnorr von Carosfeld, Schadow, Rauch, Rude, Fernkorn, Bierstadt, Briuloff, Fischer von Erlach, Schinkel, Curtis, French, Stuart, Sargent, Morris, Von Klenze, Langhans, Frémiet, Chantrey, Pugin, Barry, Butterfield, Doré, Rossetti, Palmer, Burne-Jones, Moreau, Millet, Puvis de Chavanne, Landseer, Rodin, Clodt, Kolbe, Bartholdi, Maillol, Espérandieu, Graevenitz, Bourdelle, Peier, Thorak, Breker, Pommier, Poisson, Brückner, Konenkoff, Eckersberg, Winge, Rackham, Hyatt Huntington.

d) Y de manera especial, en el campo del pensamiento y la filosofía: Boecio, Aristóteles, San Agustín, Ficino, Pico della Mirándola, Charron, Comenius, Paracelso, Berkeley, Bossuet, Fenelón, Leibniz, Gratry, De Maistre, Bonald, Fabre d’Olivet, Fichte, Schelling, Nietzsche, Baader, Krause, Emerson, Kirkegaard, Maine de Biran, Ruskin, Eucken, Trine, Sweet Marden, La-Tour-du-Pin, Le Play, Marcel, Lavelle, Solovieff, Berdiaeff, Rosmini, Chamberlain, Varisco, Inge, Spann, Moeller van den Bruck, Maurras, Ewald, Landsberg, Scheler, Spengler, Rathenau, Günther, Huizinga, Jaspers, Maritain, Sturzo, Thibon, Gilson, Sertillanges, Jolivet, Bolland, Bierens de Haan, Häberlin, Hessen, Guardini, Schubart, Sardinha, Tristán de Athayde, Dawson, Dempf, Wenzl, Krannhals, Leclercq, Chévalier, Alain, Mounier, Glockner, Chauchard, Châtelet, Nolte, Max Wundt, Von Srbik, Thielicke, Messer, Orage, Parker Yockey, Garaudy, Cassirer, Dewey, Deussen, Sciacca, Przywara, Rigobello, Prini, Uscatescu, Levinas, Heidegger, Buber, Cohen, Rosenkranz, Heschel, Michel Henry, Scruton, Allendy, Rogers, Allport, Weiss, Bourget, Gray, Thoreau, Ebner, Wust, Nedoncelle, Von Eickstedt, Schoeps, Gadamer, Von Rintelen, Ricoeur, Frankl, Franca, De Vries, Ramalho Ortigão, Hillman.

Y prestando, por supuesto, una especial atención a las grandiosas obras, generalmente anónimas, del arte antiguo (celta, griego y romano) y del arte medieval (bizantino, románico y gótico), así como a las más modestas, también anónimas, del arte popular, campesino y folclórico, que, con su rico mundo de ritmos, colores y símbolos, ha servido de apoyo e inspiración para el desarrollo de todas las artes, constituyendo un inagotable venero de vitalidad y creatividad cuyas raíces se pierden en la Prehistoria. Rescatar, en todo su valor cultural y espiritual, el legado del arte sacro, que en Europa, al igual que en las culturas orientales y en numerosas culturas primitivas (de los pueblos aborígenes de distintos continentes), constituyó el núcleo y la cima de la cultura europea (teniendo muy claro que el concepto de “arte sacro” no debe confundirse, o no siempre se confunde, con el “arte religioso”, pues este último puede haber perdido la vena de la sacralidad, cayendo en un sentimentalismo o un realismo naturalista propios del mundo profano).

Trabajar para que los jóvenes (y los no tan jóvenes) puedan tener acceso a ese inagotable conjunto de obras del más alto valor, las cuales enriquecerán su vida; conseguir que disfruten de ellas, se interesen por su contenido y lleguen a saborearlas con fruición. Hacer ver la importancia que este legado milenario tiene para su formación, para la educación y el refinamiento de su mente, de su alma, de su personalidad y de su carácter, de su consciencia, de su memoria, de su inteligencia y de su sensibilidad, de su vista y de su oído, de su atención y de su mirada, de su capacidad de ver y escuchar, de su aptitud para comprender y entender.

Poner de relieve el enorme caudal formativo, enriquecedor y ennoblecedor, que contiene semejante cosmos cultural; un caudal que resulta de todo punto indispensable para estar bien formado, para hacerse persona y poder disfrutar de la vida. No hay nada que pueda sustituir la fuerza de este caudal formativo. Los sucedáneos subculturales y anticulturales que ofrece la actual civilización decadente son incapaces de ofrecer nada semejante; más bien son todo lo contrario, resultando gravemente deformantes: en vez de formativos, resultan desformativos o antiformativos. Sólo la cultura, con todo su potencial formador, educador, forjador y creador, con su fuerza vivificante y renovadora, puede hacer que florezca y surja una nueva vida, pletórica de salud, floreciente y pujante, en la existencia desertizada del hombre-masa actual.

No es posible hacerse persona desconociendo tan alto y valioso patrimonio, con su riqueza milenaria. No llegará nunca a gozar de la vida personal en toda su plenitud quien viva al margen del inmenso caudal que le ofrece la grandiosa cultura en la que hemos nacido y de la que formamos parte como europeos y como occidentales, quien organiza su existencia como si tal cultura no existiera o fuera algo insignificante e inútil, sin asimilarla ni irla absorbiendo poco a poco, sin disfrutar de ella y sin aprovecharse de los inagotables tesoros que guarda en su seno. Quienes no se interesan por este rico y noble legado cultural, quienes lo miran como algo extraño que no les afecta ni les aporta nada, quienes no se esfuerzan por incorporarlo a sus propias vidas y prefieren dirigir su atención a otras cosas o a otros abrevaderos, están condenados a llevar una existencia rastrera, anodina, mezquina y miserable.

9.- Dedicar una especial atención al patrimonio cultural hispánico. Estudiar, analizar en profundidad y promocionar las creaciones de los artistas, escritores, pensadores, poetas y músicos españoles de todas las épocas, en las que se hallan plasmados aspectos decisivos de la visión hispánica de la vida. Figuras señeras, muchas de ellas de dimensión universal, entre las que cabe destacar:

a) en el arte: Berruguete, Forment, Juan de Juanes, Pere Joan, Bertomeu, Yáñez de la Almedina, Correa de Vivar, El Greco, Juni, Mena, Morales, Zurbarán, Murillo, Velázquez, Gil de Siloé, Arfe, Hernández, Montañés, Cano, Pereda, Antolínez, Maíno, Tristán, Valdés Leal, Ribalta, Orrente, Cajés, Martorell, Herrera el Mozo, Villalpando, López de Arteaga, Coello, Carreño de Miranda, Pantoja de la Cruz, Grau, Goya, Bayeu, Maella, Rosales, Gómez-Moreno, Alcovero, Madrazo, Casado del Alisal, Oms i Canet, Solá, Safont, Esquivel, Gutiérrez de la Vega, Bover, Aleu, Campeny, Suñol, Benlliure, Pradilla, Muñoz Degraín, Álvarez Cubero, Galcerà, Elorriaga, Querol, Urrutia, Hermoso, Mélida, Ponzano, Llimona, Clará, Coullaut-Valera, Jareño, Gaudí, Sorolla, Vayreda, Sáenz de Tejada, Farré, Marès, Torres García, Granda, Arrúe, Echevarría, Zubiaurre, Salaberría, Zuloaga, Mestres Cabanes, Pérez Comendador, Inurria, Revello de Toro, Pinto (Jenaro), Macho, Padrós o Ávalos;

b) en la literatura: Cervantes, Manrique, Calderón de la Barca, Ercilla, Herrera, Garcilaso de la Vega, Quevedo, Lope de Vega, Sor Juana Inés de la Cruz, Fray Diego de Ojeda, Argensola, Fernández de Andrada, Mateo Alemán, Guevara, Zorrilla, Hartzenbusch, Gómez de Avellaneda, Núñez de Arce, Campoamor, Palacio Valdés, Pérez Galdós, Verdaguer, Maragall, Sagarra, Carolina Coronado, Rosalía de Castro, Antonia Díaz de Lamarque, Pardo Bazán, Gabriel y Galán, Chamizo, Pemán, Ridruejo o Machado;

c) en la música: Victoria, Guerrero, Morales, Cabezón, Cabanilles, Correa de Arrauxo, Cererols, López, Viola, el Padre Soler, Gallés, Freixanet, Mariana Martínez, José de Nebra, Vicente Palacios, Arriaga, Garay, Olmeda, Eslava, Pedrell, F. de la Viña, Rodríguez de Ledesma, Conrado del Campo, Amadeo Vives, Albéniz, Turina, Granados, Doyagüe, Iribarren, Chapí, Bretón, Manrique de Lara, Arregui, Usandizaga, Falla, Mompou, Guridi o Rodrigo;

d) en la mística y la espiritualidad: San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Jesús, Alonso de Orozco, Fray Juan de los Ángeles, San Juan Bautista de la Concepción, San Pedro de Alcántara, Fray Miguel de la Fuente, Bernardino de Laredo, Antonio Panes, Pablo de León, Francisco de Osuna, Miguel de Molinos, Nieremberg, Sor María de Ágreda, Fray Alonso de Madrid, Fray Diego de Estella, Fray Luis de Granada, Miguel de Medina o Malón de Chaide.

Se pondrá, lógicamente, particular énfasis en el pensamiento español: desde San Isidoro, Séneca, Eiximenis, Sabunde, Luis Vives, Fray Luis de León, Llull, Arias Montano, Gracián o Saavedra Fajardo, a Balmes, Jovellanos, Hervás y Panduro, Donoso Cortés, Menéndez Pelayo, Sanz del Río, Torras i Bages, González (Ceferino), Ganivet, Giner de los Ríos, Arenal (Concepción), Marañón, Unamuno, Maeztu, Ramírez (Santiago), Altamira, Ortega y Gasset, Gaos, Xirau, D’Ors, Zubiri, López Ibor, Ferrater Mora, Aranguren, Madariaga, J.A. Primo de Rivera, Gambra, Elías de Tejada, Millán-Puelles, Garagorri, Fernández de la Mora, Laín Entralgo, Muñoz Alonso, Zambrano, Zaragüeta, Amor Ruibal, Rof Carballo, Cencillo, Cardona, Laborda, López Quintás, González de Cardedal, Vallet de Goytisolo, García Morente, Querejazu, Díez del Corral, Rodríguez Huéscar, Forment, Martín Descalzo, García-Baró, Lobato, Marín, Enrique Rojas, Alejandro Polo y Julián Marías. Rescatar este inmenso patrimonio secular sacando a la luz su mensaje universal y perennemente actual, poniendo en valor el rico caudal de orientaciones y valores que contiene para enriquecer la vida de la mujer y del hombre de nuestros días.

Se prestará, asimismo, una atención especial a los autores hispanoamericanos que han defendido los valores espirituales y los altos ideales de la Cultura, la mayoría de ellos totalmente desconocidos en España: Vasconcelos, Fernández del Valle, Romero, Amoroso Lima, Ismael Quiles, Caturelli, Castellani, Calderón Bouchet, Junco, Ingenieros, Cevallos, Zaldumbide, A. Sáenz, Franca, Caponnetto, Ayuso, Cortés Lee, Gómez Restrepo, Ramos, Derisi, Reale, Farias Brito, Freyre, García Maynez, Gallinal Heber, etc.

Todos estos autores serán estudiados, analizados y promocionados o dados a conocer sobre todo, obviamente, desde la perspectiva que interesa a la Fundación, con un fuerte sentido crítico y selectivo, sin absurdas veneraciones individuales, y prestando especial atención a aquellos aspectos o enfoques de sus obras que tienen una particular relevancia de acuerdo a los principios que guían a la Fundación. Así, por ejemplo, en el campo de las artes, arquitectura, pintura, escultura, poesía y música, se pondrá un mayor interés en aquellas creaciones de carácter sacro (religioso y místico), que tienen un mayor significado y contenido espiritual, que comunican valores de dimensión universal o que trasmiten un mensaje vibrante, de especial calado y altura, contribuyendo así a iluminar la vida del hombre de hoy (al igual que el de cualquier época o lugar).

10.- Revalorizar y potenciar la idea de Cultura, en su más genuina y noble significación, como paideía, como educación cívica y humanística, como formación integral, como cultivo personal, como camino de grandeza humana, como orden justo y armónico de la vida, como cauce hacia la perfección y la plenitud, como forma de vida coherente guiada por un firme propósito de continua mejora, como constelación de ideas, principios, normas y valores. Frente al embrutecimiento, la idiotización y el aborregamiento generalizados, intensamente promovidos por las ideologías y poderes fácticos que dominan esta época fatua (que se considera superior a todas las épocas anteriores en la Historia de la Humanidad), recuperar el valor de la Cultura como senda aristocrática de excelencia, de lucidez, de inteligencia, de clarividencia, de dignidad y de libertad.

La Cultura como ennoblecimiento y perfeccionamiento del hombre, como acendramiento del propio ser y existir, como búsqueda de la persona cabal y completa, como fuerza anagógica (fuerza que eleva, que tira hacia arriba), como escuela de madurez y crecimiento interior, como potencia elevadora del ánimo y enaltecedora del ser humano, como enriquecimiento y transformación interior del individuo, como superación de la propia mediocridad, como lucha contra la inferioridad y negatividad latentes dentro de cada cual y contra la inercia que tira de nosotros hacia abajo, como afirmación de los más altos valores, como desarrollo pleno de las virtudes y cualidades personales, como elevación del nivel de vida del individuo y de la comunidad (expresión ésta, “nivel de vida”, que ha de ser entendida en su significado más auténtico y pleno, y no referido al nivel simplemente material).

La Cultura como Tradición, como valiosa realidad viviente trasmitida a lo largo de las generaciones, como hilo áureo que recorre la Historia con un mensaje de construcción humana, de liberación y redención. La Cultura como riqueza heredada, continuada y renovada a través de siglos y milenios con el esfuerzo sostenido de los mejores, sin la cual no es posible la existencia humana; una riqueza intemporal de la cual necesitamos para ser verdaderamente humanos y realizarnos integralmente como personas.

La Cultura como reino de la luz y de la palabra, como señorío del Logos, como mundo donde imperan el Sentido y la Razón que, con su poder luminoso, ordenador y esclarecedor, sujetan, someten y disciplinan las potencias irracionales del alma humana. La Cultura como gran conversación o diálogo (diálogo = intercambio del Logos, dentro del clima mental lúcido, amoroso y cálido formado por el Logos), como conversación universal: conversación entre las generaciones y los pueblos por encima del tiempo y del espacio; conversación o diálogo de los hombres entre sí, pero conversación también de los hombres con el Cosmos y con Dios.

En medio de la actual civilización materialista, oscura, fría y desangelada, alzar la bandera cálida y luminosa de la auténtica cultura como realidad viva y orgánica, profundamente enraizada en la vida y proyectada hacia la vida, animada por la sabiduría y el amor, ligada al cultivo y al culto. Por un lado, cultivo del ser humano, labranza del terreno vital de la persona, cuidado y trabajo paciente sobre la planta o árbol que viene a ser simbólicamente cada hombre y cada mujer: cura o atención esmerada de su cuerpo y de su alma, de su entero organismo, de su mente, de sus facultades intelectuales y emotivas, de sus instintos e impulsos vitales, de sus actitudes y hábitos, de sus inquietudes y anhelos, de su vocación y, sobre todo, de su esencia espiritual. Por otro lado, culto a la Divinidad, a la Fuente y Raíz última de la Vida, al Ser supremo que da el ser a todo cuanto existe. Dicho con otras palabras, cultivo de la relación con Dios, búsqueda de la Realidad absoluta y sumisión a sus mensajes, inspiraciones y directrices, reconocimiento reverente del Principio infinito y eterno que fundamenta, soporta y mantiene la entera Existencia universal.

Toda cultura se basa en el culto, en la religión, en la religación con lo Absoluto. Sólo el culto o cultivo de nuestra relación con Dios nos hace verdaderamente cultos. No hay cultura si se prescinde del culto. Únicamente puede considerarse de veras culta y cultivada la persona que sabe adoptar una actitud cultual, sacra y religiosa; esto es, que sabe venerar, adorar, rezar, meditar y contemplar; lo cual supone saber admirar o mirar hacia lo alto, religarse con el Principio, abrirse a lo Absoluto, o, visto desde otra perspectiva, ponerse en íntimo contacto con el Ser divino, con el Fundamento de la realidad, con el Fondo y el Centro de toda existencia, con la Esencia infinita presente dentro de uno mismo y que nos hace ser lo que somos, restableciendo así, por tanto, la comunicación con la propia esencia, con nuestro más alto y profundo ser. El adjetivo “inculto”, en una de sus posibles acepciones, y por su mismo origen etimológico, viene a ser equivalente a “sin-culto” (el prefijo in- tiene aquí la significación negativa de carencia o privación de aquello que indica la voz a la cual se antepone, pudiendo sustituirse por “sin” o “carente de”, como en “impaciencia” = “sin paciencia” o “informe” = “sin forma”).

Es realmente culto o cultivado (o llegará a serlo algún día) quien ara y ora sin cesar; quien se ara, labra y siembra con una actitud orante; quien eleva su plegaria hacia lo alto, al tiempo que se esfuerza por trabajarse y preparar el propio terreno personal para que en él crezca y florezca la herencia divina, el patrimonio sagrado que porta en su interior; quien hace de su vida un permanente sacrificio (en el sentido etimológico de la palabra: “hacer sacro”, sacer-facere); quien sabe elevarse por encima del estrecho horizonte del ego, trascendiendo el plano de lo horizontal y mundano. Cultivarse o culturizarse significa ararse, roturar de forma ritual el campo de la propia vida, introduciendo en su tierra el arado espiritual y moral para sembrar en él las semillas de la grandeza humana.

Cultiva tu nexo con lo Absoluto y te cultivarás: encontrarás la mejor manera de cultivarte, consiguiendo el pleno desarrollo de tus más altas posibilidades y llegando a ser quien estás llamado a ser, quien real y esencialmente eres. Sólo el culto y cultivo de la relación con Dios, con lo Absoluto, con la Realidad suprema, base y fundamento de cualquier otra relación, posibilita el cultivo de unas relaciones vitales buenas, sanas y armónicas, tanto con la Naturaleza (con el Cosmos) como con la Humanidad (con los demás hombres, con el prójimo). Sólo el culto y cultivo de la relación con Dios, el Valor eterno, Valor supremo y fundante, que fundamenta, sostiene y da vida a todos los valores, puede preparar el terreno para el culto y cultivo de los más altos valores, fin último y razón de ser de la cultura.

Por último, la Fundación tendrá como finalidad el defender la Cultura de la grave amenaza que representan la incultura, la subcultura y la anticultura, las cuales avanzan hoy de forma inquietante, imponiéndose a través del apoyo que encuentran en los más amplios sectores (mediante subvenciones, promociones oficiales, cesión de espacios y recintos, imposición en la enseñanza, etc.) y especialmente en los núcleos anónimos de poder que nos rigen y deciden nuestro destino en la sombra. Todos esos elementos tan negativos, que se van extendiendo como una auténtica metástasis en la sociedad actual, pueden hacerlo sin encontrar apenas resistencia gracias al intenso bombardeo a que nos someten los medios audiovisuales y las modernas técnicas de marketing, publicidad y propaganda (las sofisticadas y refinadas técnicas de condicionamiento de la mente, de adoctrinamiento de la masas, de lavado de cerebro y de carácter).

11.- Contribuir a la construcción de una nueva cultura. Una cultura sana, pujante y con pulso vigoroso, en la que florezcan las expresiones más nobles de la vida humana y en la que ésta, la vida humana, alcance su plena forma. Una cultura de hondas raíces espirituales, que conecte con las fuentes sagradas de la vida, inspirada en las leyes que rigen el Orden universal, basada en el respeto a la persona humana, orientada a la afirmación de la persona y de todo lo que va ligado a la vida personal. Una cultura que ilumine la vida, que la haga más inteligible e inteligente, que la eleve y la ennoblezca. Una cultura que eleve, enriquezca, ennoblezca y dignifique la existencia, en vez de rebajarla, degradarla, empobrecerla y envilecerla.

Una cultura en la que cada cosa esté en su lugar y cumpla la función que naturalmente le corresponde: donde la espiritualidad florezca y lo material se subordine a lo espiritual; donde la autoridad (paterna, docente, moral, de la ciencia, del saber y de la sabiduría) sea respetada; donde los maestros y profesores puedan enseñar y los alumnos o discípulos estén dispuestos a aprender; donde la ética y la moral sean guías efectivas del vivir; donde la Justicia haga realmente justicia; donde el arte vuelva a ser arte y la música vuelva a ser música. Una cultura que no haga ninguna concesión a las tendencias inhumanas, antinaturales, anticulturales y antiespirituales que han impuesto su dominio en esta época crepuscular.

Hay que dar vida a una nueva cultura que saque a la Humanidad del árido erial y del tremedal de aguas pantanosas que es la fase civilizatoria que actualmente atravesamos (la civilización como degeneración de la cultura, con predominio absoluto de los recursos técnicos, materiales y organizativos, en detrimento de lo personal y lo espiritual), para inaugurar una nueva aurora cultural, pletórica de vida. Una cultura que sea un auténtico universo de valores (espirituales, intelectuales, morales, emotivos y afectivos, éticos y estéticos), una unidad superior de realidades valiosas regida por un eje vertical que la vertebre e inspirada y guiada por sólidos principios espirituales. Un mundo nuevo en el que la civilización, con todos sus resortes de poder, con su desarrollo tecnológico y su poderoso engranaje económico y administrativo, se ponga al servicio de la Cultura, como es su misión, y en el que se restablezca el nexo vital entre Cultura y Natura.

Una cultura fiel al pasado y con firme proyección hacia el futuro, que continúe la herencia recibida de nuestros antepasados. Una cultura respetuosa con la Creación (con la Naturaleza y el medio ambiente), respetuosa de las propias raíces y de las propias señas de identidad (así como de la identidad ajena, de la singularidad y la peculiaridad personal del Otro) y respetuosa asimismo del valioso y milenario patrimonio espiritual que nos ha legado el conjunto de la Humanidad; más aún, receptiva y abierta a la riqueza intemporal, siempre actual y siempre viva, que contiene dicho patrimonio. Una cultura, en fin, que constituya la antítesis y la radical superación de cuanto hoy se nos presenta como “mundo de la cultura”: cultura ésta de tipo abstracto, desarraigada, inerte, hueca y anémica, informal e informe, sin raíces, sin normas ni principios, tan pretenciosa y soberbia como falsa y estéril, que se pierde en una vulgaridad corrosiva o en un intelectualismo inane; cultura completamente divorciada de la vida e incluso abiertamente hostil a la vida.

12.- Profundizar en el tema del sentido y misión del arte, cuestión capital para toda cultura que se precie. Mostrar la importancia que el arte tiene para los seres humanos y para su desarrollo como personas. El arte desempeña un papel de primer orden en la vida humana, tanto individual como colectiva. Como señalara William Blake, el arte constituye el mejor baremo para medir la temperatura, la riqueza y la salud o enfermedad de una cultura, de una nación o de un grupo humano: según sea su arte, así será su forma de vida; el nivel y calidad de su arte nos indicará su mayor o menor elevación espiritual. Una sociedad con un arte pobre, degenerado y degradado demuestra ser una sociedad que sufre un acusado proceso de decadencia, degradación, empobrecimiento y ruina interior. Es lo que ocurre en la civilización actual, en la que se considera arte cualquier cosa que hagan los llamados “artistas” o los individuos que se tienen por tales, por muy absurda que sea.

El arte ejerce una influencia decisiva sobre el alma humana: influencia buena y positiva, si es bueno, si se trata de un buen arte, de arte auténtico; influencia mala, negativa y perniciosa, si es malo, si se trata de un mal arte, un arte falso e inauténtico, insustancial e inútil (o, peor aún, un arte subversivo, que va frontalmente contra las más elementales reglas de la actividad artística). Pocas cosas tienen un impacto tan directo y profundo sobre la existencia de los individuos y de los pueblos como el arte, con su acción formadora o deformadora. Ese impacto será formativo, enriquecedor, liberador y redentor cuando nos encontramos con un arte sano, responsable, consciente de su misión y obediente a las leyes que rigen su campo de actividad. El impacto de la obra artística (o de la cosa a la que se da tal nombre) será, en cambio, deformante, empobrecedor, funesto, demoledor, corrosivo y corruptor, cuando sus creadores (quienes se dan a sí mismo, de forma arbitraria e ilegítima, el calificativo de “artistas”) no respetan o desconocen por completo las leyes de la actividad creadora de belleza y todo aquello que da sentido al mundo del arte.

Hacer ver en qué consiste el verdadero arte, cuál es su función, qué papel le corresponde en la vida social, cuáles son los deberes y derechos del artista. Rescatar el arte del pantano en que actualmente chapotea, reducido a no ser más que una producción de memeces y aberraciones sin cuento, una continua búsqueda de la originalidad y el escándalo, un permanente experimentar sin ley ni límite alguno, una competición para ver quién es más rompedor o transgresor y quién pergeña la última y más sonora mamarrachada, un recrearse en extravagancias sin sentido y carentes por completo de calidad y de valor, un vapulear al público con engendros inhumanos y ridículos, bodrios insufribles que no aportan nada, a no ser dolores de cabeza, náusea y mareo psíquico. En la mayoría de los casos, las obras que lanzan y exponen con toda petulancia los sedicentes artistas de vanguardia no son sino auténticas tomaduras de pelo. Los museos se van así convirtiendo en almacenes de basura, en acumuladores de bazofia supuestamente pictórica o escultórica. Un arte fatuo, pedante y engreído que sólo busca epatar, provocar o insultar a quienes lo contemplan no merece tal nombre; es un pseudoarte o antiarte. Entre los diversos campos de la cultura y la actividad humana es el artístico, ciertamente, uno de los que están más necesitados de un retorno a la normalidad. La actual destrucción del arte, el sedicente “arte contemporáneo”, es un fenómeno que va en paralelo con la destrucción de la persona. Se trata de dos fenómenos estrechamente interrelacionados, como manifestación que son de un mismo impulso destructivo.

Las artes únicamente merecen el título de “bellas artes” cuando, a través de la belleza que trasmiten, contribuyen a formar al ser humano, mereciendo así también los títulos de “buenas artes” y “verdaderas artes” (con lo cual vienen a incorporarse en ellas los tres valores supremos: la Verdad, el Bien y la Belleza). Y se hacen acreedoras de tan nobles títulos porque siembran en la vida humana la verdad y el bien: son artes llenas de virtud, de fuerza y de bondad, que contribuyen a que la vida sea mejor, más verdadera, más auténtica y más radiante. Por el contrario, cuando las artes no hacen sino crear caos en el alma del ser humano, corromperlo, deformarlo y desnortarlo, se les debe aplicar con toda razón y justicia la denominación de “feas artes” (mereciendo también ser llamadas “malas artes” y “falsas artes” o “artes mendaces”, con lo cual vemos que en ellas se hacen presentes los antivalores que constituyen la flagrante antítesis de los tres valores supremos: la mentira, el mal y la fealdad). No es casualidad que la expresión “malas artes” se utilice, en el lenguaje coloquial, para referirse a aquellos comportamientos y procedimientos que son poco honrados, deshonestos, fraudulento o indecentes. Esas “feas artes” (ugly arts, brutte arti, vilains arts, häßliche Künste) son artes mendaces o mentirosas porque mienten sobre la realidad (deformándola, degradándola y desconstruyéndola, presentándola fea, horrible y repulsiva) y sobre su propia realidad (pues pretenden ser lo que no son y se arrogan rango, categoría y títulos de nobleza que no les corresponden en absoluto).

Hay que tener siempre presente que la belleza es, según la definición clásica, “el resplandor de la verdad”, siendo también la verdad el fundamento del bien y de la bondad. El esteticismo, que rinde un culto idolátrico al arte y a lo bello –o cualquier sucedáneo, más o menos espurio de lo bello, como tan a menudo ocurre actualmente– y que pretende lograr la belleza al margen de la verdad, tiene por fuerza que fracasar en su intento de crear cosas realmente bellas, de belleza imperecedera, que se distingan por su estilo vigoroso, y puede llegar a producir, como demuestra la experiencia, obras que constituyen la total y flagrante antítesis de lo bello. Ya esté animada por un enfoque racionalista o irracionalista, ya esté inspirada por el intelectualismo o el sentimentalismo, la actitud esteticista, que ve en el arte un fin en sí mismo (como lo expresa el conocido lema “el arte por el arte”) constituye un grave error; es una desviación que ha de ser evitada a toda costa. Como señalara certeramente Ramiro de Maeztu, cuando los hombres buscan la belleza sin tener en cuenta la verdad, menospreciándola o relegándola a un segundo plano, ni siquiera la belleza logran.

Dejar bien patente que el arte tiene como misión ser cauce de la belleza (la verdadera y genuina belleza), actuar como forjador de orden y armonía, ennoblecer y elevar la vida, dar forma al alma humana y abrirla a más altos horizontes, haciendo de ella un dócil instrumento del espíritu y poniéndola en contacto con realidades de orden trascendente. El arte tiene una esencial misión de servicio: debe servir al hombre, debe trasmitirle y comunicarle verdades que le son indispensables, debe hacerle ver aspectos y niveles de la realidad que, sin la visión artística y poética, le quedarían ocultos y quizá inaccesibles; tiene que infundir luz y calor a la vida, poner en ella claridad intelectual y calidez afectiva, en vez de entenebrecerla, introduciendo de manera forzada caos, frialdad y desazón; tiene que contribuir a hacer que la existencia sea más grata, luminosa y llevadera para los seres humano, y no torturarlos con adefesios horripilantes y monstruosidades ininteligibles.

Arte significa victoria de la forma sobre lo informe y amorfo; creación de formas bellas que iluminen la existencia; afirmación de lo bello y bien formado por encima de lo feo, tosco y fiero; triunfo radiante del orden sobre el caos, imitando la gran obra de arte divina que es la Creación universal. La obra de arte consiste en un síntesis de forma y contenido, técnica e inspiración (o poesía, si se prefiere), estilo y mensaje, contorno y fondo (ya sea ese contorno visual, cromático, sonoro, verbal, gestual, conceptual o de cualquier otro tipo). Tan rechazable es un arte sin forma como un arte sin contenido (hueramente formalista), un arte sin estilo como un arte carente de mensaje, un arte de inspiración pobre o nula como un arte ayuno de ciencia o conocimientos técnicos (en el que se ve que al autor no sabe hacer lo que debería hacer a la perfección, no domina la técnica de su arte: no sabe pintar, dibujar, esculpir, escribir, rimar o componer). Resulta insufrible un arte que no diga nada, sin poesía, sin inspiración y sin aliento vital, pero lo más execrable de todo es un arte completamente incomprensible o indescifrable, inútil e innecesario, que solamente entiende su autor (o tal cosa afirma él mismo), y que encima se ufana de su ininteligibilidad (considerándola sinónima de “genialidad”), así como de su fealdad y su deformidad.

Rastrear el camino de eclipse y decadencia que ha llevado a la presente situación de banalización y ruina del arte, con el triunfo apabullante del antiarte, analizando los factores que han podido intervenir en tal proceso y los pasos o escalones sucesivos que el arte occidental ha ido recorriendo desde siglos atrás hasta llegar al deplorable estado de postración en que hoy día nos encontramos. Diagnosticar las raíces del mal que aqueja al mundo de la creación artística, y que va en paralelo con el mal que se constata en otros campos de la vida social y cultural: un mal que, en el mundo del arte, se remonta al Renacimiento, con la desaparición del arte sacro y la aparición de un arte individualista, profano, sentimental, esteticista y naturalista, con la consiguiente pérdida del simbolismo, quedando el lenguaje simbólico sustituido por formulaciones alegóricas, más superficiales y arbitrarias, más artificiales y cerebrales, menos directas y con menor fuerza para trasmitir verdades espirituales.

Rendir homenaje a los grandes creadores del pasado y del presente, que han iluminado y enriquecido nuestra vida con sus obras, y siguen haciéndolo a lo largo de los siglos, ennobleciendo y alegrando la existencia de muchas generaciones. Luchar para que se respeten sus obras tal y como ellos las crearon, liberándolas de las innovaciones o incursiones nefandas, tan inútiles y estériles como ilegítimas, que en ellas introducen los mediocres pseudo-creadores y los impotentes pseudo-artistas de nuestros días que, incapaces de crear nada digno y valioso, se dedican a manipular, alterar y destrozar las obras ajenas, con el pretexto de mejorarlas, actualizarlas o acomodarlas a los gustos del presente y a las exigencias de las nuevas tendencias estéticas. Despertar y fomentar en nuestros contemporáneos no sólo el respeto hacia esas creaciones del pasado, sino también el asombro y la admiración ante la belleza, grandeza y delicadeza que nos trasmiten.

Volver a situar el arte en el centro de la existencia como palanca configuradora de sus contornos y perfiles vitales. Restaurar, en la medida de lo posible, la unidad de arte y vida, de arte y realidad, de arte y trabajo, superando la disociación ilegítima e inhumana introducida por la moderna civilización industrial al separar la actividad artística de la vida cotidiana de los seres humanos y expulsarla del mundo real en el que trabajan y se afanan para ganar el sustento material. Poner el arte al servicio de la vida, haciendo que esté bien presente en ella, embelleciéndola y dignificándola en todos sus momentos: que el arte deje de ser un campo reservado a una caterva de entendidos y un residuo inútil destinado a quedar recluido en los museos.

13.- Forjar un nuevo Humanismo. La nueva cultura que hemos de construir habrá de estar al servicio del hombre. Será una cultura de profunda inspiración humanista, cuya médula esté constituida por una honda y elevada visión antropológica que respete y ponga en valor al ser humano. La savia vital de la nueva cultura ha de ser el Humanismo integral, Humanismo universal, Humanismo sacro o Humanismo trascendente, el cual ve al hombre en su integridad ontológica, inserto en el Todo universal, ocupando el puesto central que le corresponde como ser espiritual en el que está presente la Trascendencia y cuya naturaleza o esencia viene definida por la deicidad; pues se trata de un ser “hecho a imagen de Dios”, en cuyo centro está presente la Divinidad y, por tanto, con esencia y vocación divinas.

El Humanismo integral ve al hombre con toda su dignidad, su nobleza, su grandeza, su alta alcurnia, y también con su inmensa responsabilidad: ante sí mismo, ante los demás hombres, ante la Naturaleza y ante Dios. Sabe que el hombre es un ser cuya misión, como consecuencia de su naturaleza espiritual, es cooperar a la obra del Creador (defendiendo y protegiendo la Vida, conservando y cuidando la Naturaleza, manteniendo y afirmando el Orden universal), contribuir a la construcción y perfeccionamiento del Mundo, luchar por el triunfo del Bien y de la Luz, actuar como representante o heraldo de Dios y hacer de mediador o intermediario entre Cielo y Tierra. El verdadero Humanismo ha de reconocer esa función pontifical, conectiva y unitiva, que corresponde al hombre como punto central que conecta y vincula el Cielo (Dios, la Realidad supracósmica) con la Tierra (el Mundo, la Naturaleza, el Cosmos, la Manifestación universal), estando abierto tanto hacia lo Alto como a lo que tiene bajo sus pies y en su entorno.

Un humanismo personalista, espiritual, comunitario, orgánico y cósmico: centrado no en el individuo, sino en la persona; esto es, la creatura humana como portadora y realizadora de valores espirituales, con un destino trascendente, inserta en una comunidad con la que se siente íntima y vitalmente comprometida, y orgánicamente enraizada en la realidad cósmica y universal. Un humanismo espiritual que reconoce y respeta el profundo misterio del hombre, de la persona y de la vida humana, que trata de penetrar y ahondar en ese misterio, para llevarlo a su máxima realización. No puede haber un humanismo completo y realista si desconoce la hondura del arcano constituido por la realidad humana en cuanto espíritu encarnado, lo que hace que se trate de una realidad a la vez divina y terrena. Misión de cualquier actitud y enfoque humanista ha de ser abrir el camino para que tal naturaleza humana se realice por completo en su doble dimensión natural y sobrenatural, terrena y celestial, temporal y eterna.

Se trata de una filosofía, corriente, actitud y visión de la vida que bien merece el nombre de Humanismo sapiencial, por estar inspirado en una alta Sabiduría, una Gnosis suprahumana, sin la cual perdería todo su valor, pues tal Sabiduría o Gnosis es la palanca realmente humanizante, la única capaz de dar fundamento y sentido a lo humano. Por ello, puede ser calificado asimismo de Humanismo árquico o principiado, porque todo él gira en torno al Principio o Arkhé (Arké o Arjé), a diferencia del humanismo anárquico y desprincipiado hoy día dominante, el cual, por su negativa a reconocer la primacía del Principio o Arkhé, que es el Eje y Fundamento de todo (el Todo-Fundamento o Todo-Fundante), y por rechazar su subordinación al mismo, constituye una pura y simple desviación intelectual, una lamentable aberración, un grave error y un auténtico despropósito, que no puede sino acarrear funestas consecuencias. El Humanismo sapiencial, árquico y principiado se subordina al Principio, tal y como enseña la Sabiduría, la cual se presenta precisamente como el recipiente supratemporal de los principios, los principios fundantes y fundamentales de la vida, derivados del Principio supremo.

Por ser un humanismo espiritual, es también cósmico, pues el espíritu y lo espiritual son componentes fundamentales del Cosmos, forman parte de la Totalidad universal, y en un nivel destacado, que bien puede calificarse de primordial y principial (situado en el plano del Principio que da vida a la realidad y guiado por los principios que marcan el norte de la vida). Es humanismo cósmico, tanto en su fundamentación como en su proyección, tanto en la base que lo sustenta –la realidad cósmica, con su admirable orden, con su funcionamiento rítmico, con sus leyes inmutables y su estructura armónica, sabia y perfectamente articulada– como en el ámbito y el fin hacia los que se orienta: esa misma realidad cósmica que constituye la Creación divina, la cual sabe que ha de respetar, transformar, enriquecer y completar mediante su acción. El Humanismo sapiencial toma conciencia, como enseña la Sabiduría tradicional o Filosofía Perenne, de que el hombre es un microcosmos, un cosmos en pequeño, en el que se refleja la totalidad del Cosmos, al igual que el Cosmos debe ser contemplado como un Macroanthropos, un hombre en grande o a gran escala. Hay una íntima relación entre hombre y Cosmos: el hombre forma parte del Cosmos y el Cosmos está presente en la realidad humana.

Por su inspiración y orientación cósmica, este Humanismo espiritual tiene un efecto cosmizador: crea orden (que es lo que significa la palabra griega kosmos), establece y configura un orden lleno de sentido. Hace de la vida humana un cosmos, un todo perfectamente ordenado, y la inserta sabiamente en el Cosmos, armonizándola con el ritmo cósmico y divino, haciéndola funcionar en concordancia con los ritmos de la Naturaleza. Reconcilia, ajusta y armoniza de forma perfecta el plano microcósmico con el macrocósmico. Armonización ésta que constituye la garantía de la salud, de la felicidad, de la paz y de la verdadera libertad. No puede haber salud, paz, libertad ni felicidad contra el Orden cósmico, conculcando sus leyes o despreciando de la Sabiduría que está presente en él, que lo anima y sostiene. No es posible un auténtico desarrollo de lo humano al margen del Cosmos.

Se trata de un humanismo que conlleva, asimismo, el cultivo de la humanidad –la humánitas de los antiguos romanos, definida por ellos como “el conjunto de cualidades que hacen al hombre superior a la bestia”–, con todo lo que esto supone de altas cualidades y virtudes excelsas. Retoma, para decirlo de otro modo, la idea confuciana del Jen, “virtud de humanidad”, considerada por Confucio como la virtud fundamental del “hombre superior” u “hombre noble”, en la que deben fundarse todas sus demás cualidades, virtudes y rasgos de distinción, y en la cual van incluidas la benevolencia, la piedad filial, la simpatía, la cortesía, el respeto, la justicia, la lealtad y la fidelidad a la palabra dada. Sin esta virtud de la humanidad todo está perdido, nada puede prosperar. Cultivando la virtud de humanidad (Jen o Ren), el individuo alcanza el alto rango de Chün-tsu, “Hijo de príncipe”, pudiendo llegar incluso a ser un “Hombre cumbre” u “Hombre perfecto” (Chich-Jen).

Es éste un humanismo que busca humanizar la existencia en todas sus vertientes y manifestaciones, tratando de hacer más humanas (más racionales, más entrañables, más naturales y auténticas) las más diversas cosas que intervienen en la configuración y el desarrollo de la vida cotidiana: las actividades, las ideas, las inquietudes, los anhelos, los proyectos, los quehaceres, las emociones y los sentimientos, las instituciones y las relaciones interpersonales; es decir, todas aquellas realidades en las cuales o mediante las cuales los hombres se expresan creativamente, interactúan, hacen la Historia y transforman el mundo, al tiempo que van dando forma y contenido a sus vidas. Es éste un humanismo integral, y también integrador, porque tiene en cuenta todos los aspectos, dimensiones y niveles de la realidad humana, sin excluir, despreciar, ignorar ni relegar ninguno, y porque los integra a todos ellos, situando a cada uno dentro del contexto y la función que le son propios y en su adecuado nivel jerárquico. De este modo, el Humanismo integral contribuye de manera decisiva a la perfección del ser humano, labor ésta que constituye su meta y su razón de ser.

Este nuevo humanismo, de raíz sacra, está en los antípodas del humanismo ateo o simplemente profano, titánico, prometeico, egolátrico y egocéntrico, que diviniza al hombre en su finitud y materialidad, en su individualidad efímera y contingente. Ignorando su realidad esencial, su dimensión eterna y sobrenatural, el moderno humanismo de inspiración individualista y materialista desfigura, descoyunta y desintegra al ser humano al que pretende ensalzar: lo desgaja de la Realidad divina que es su norte, su origen y su fin, y lo separa del Todo universal dejándolo completamente aislado, inerme y desamparado. Dicho humanismo desviado –que es más bien un hominismo u hominidismo, pues rebaja al hombre al nivel de homínido–, absolutiza lo humano, hace del hombre un absoluto, un ser que se basta a sí mismo y por encima del cual no hay nada. Sostiene que el hombre no tiene que someterse a nada ni a nadie, que está por encima de la Verdad y del Bien y que, por tanto, puede decidir arbitrariamente lo que es verdad y lo que es mentira, lo que está bien y lo que está mal, lo que es aceptable y lo que es reprobable; pretende así hacer del hombre el dueño y señor absoluto del mundo (absolutismo individualista), cuando en realidad le está privando de su poder, de su más alta nobleza y dignidad.

En realidad, el humanismo individualista, materialista y ateo erige como ideal y centro de su visión del mundo un hombre mutilado, disminuido, minusválido, desmembrado y descabezado, al que se ha arrancado y amputado lo más esencial, aquello que le hace ser lo que es. Se trata, por tanto, de un humanismo negativo, un pseudo-humanismo o, mejor aún, un anti-humanismo, pues, en vez de enaltecer al hombre, lo denigra y degrada, lo deshumaniza. Cualquier intento de divinizar al ser humano desde una perspectiva puramente material y profana consigue lo contrario de lo que pretende por haber ignorado la lógica de la realidad y las leyes de la vida. El endiosamiento del hombre conduce a su esclavitud y destrucción. Un humanismo auténtico, integral y holístico, ha de hacer posible que el hombre, reconociendo su verdadera naturaleza, se trascienda, se eleve por encima de sí mismo, consiguiendo así su auténtica y legítima divinización, a la cual está destinado por su filiación divina.

Si “humanismo” significa rendir culto al hombre y a lo humano en su terrenidad, en su carnalidad material, en su pura individualidad psicofísica, es algo rechazable: un síntoma de la decadencia, una manifestación de la anarquía mental y del oscurecimiento espiritual. Un “ismo” más de los tantos que hoy proliferan por doquier; otro de los “ismos” que brotan como hongos en el clima decadente de una civilización en declive. Algo completamente distinto ocurre si por “humanismo” se entiende el culto y cultivo del hombre en su ser relativamente absoluto, puesto que es un ser finito, sometido a la relatividad que rige la existencia, en cuyo centro mora lo Infinito y Absoluto. Humanismo significa, entonces, veneración hacia la Humanidad en cuanto manifestación de lo Divino, cuidado y respeto de todo lo humano por su valor intrínseco en cuanto campo de expresión de una realidad superior, reconocimiento del ser humano en su realidad íntegra y plena, en su núcleo eterno y en su ser trascendente. En tal caso, el humanismo es algo positivo y legítimo, una convicción y una actitud que acompañan a toda cultura que esté en plena forma.

Habría que rescatar aquí la fórmula acuñada por el teólogo holandés Edward Schillebeeckx cuando propugna un “humanismo humilde” (het deemoedige humanisme). En este humanismo humilde o modesto, lleno de sencillez, respetuoso y servicial, guiado por una visión rigurosa y profundamente realista, el hombre sabe encontrar su sitio exacto en el Orden universal. Ingrediente capital en tal humanismo es, como señala Schillebeeckx, la lucha contra el pecado, esto es, contra aquello que supone una ruptura del Orden divino, ya se exprese tal ruptura como rebelión, rechazo, desprecio o simple indiferencia ante la Norma. El auténtico humanismo, asentado sobre una firme base espiritual, exige la superación de lo que los griegos llamaban la hybris, la soberbia, el engreimiento, la desmesura, la exaltación egocéntrica, el endiosamiento del individuo, lo que algún eminente helenista define como “el pecado capital de la autoafirmación”. Una visión humanista genuina y profunda, realistamente humilde, no considera una denigrante humillación ni una humillante indignidad el reconocerse y proclamarse “ante Dios humillado” (asumiendo el compromiso de cumplir el deber y la misión que a uno le corresponde), según la vieja fórmula vasca e hispánica, sino todo lo contrario: ve en ello una expresión acorde con la realidad de lo humano, que no humilla sino que ensalza, que no deshonra ni rebaja el propio ser sino que lo ennoblece y enaltece. Tal postura, lejos de envilecer, dignifica. La vileza está justamente en lo contrario: proclamarse a sí mismo supremo y absoluto, considerándose el centro del mundo, lo cual se traduce en un humillar todo lo demás, que queda supeditado y sometido al propio ego.

El hombre es sagrado, la vida humana es sagrada. El ser humano y su vida son portadores de valores sagrados, eternos y universales, que hay que respetar, descubrir y conocer a fondo para después desarrollarlos, cultivarlos, permitirles crecer y expandirse. El hombre es un templo o santuario viviente, y como tal ha de ser mirado, respetado, tratado y cuidado. Solamente una visión sagrada puede captar y comprender la naturaleza humana en su integridad, en toda su hondura, grandeza y dignidad. Y por lo tanto, sólo un humanismo de inspiración sagrada, escudriñador del fondo sacro de lo humano, consciente de su proyección trascendente y respetuoso con la realidad esencial del hombre como ser en el que está presente la huella divina, podrá ser considerado humanismo auténtico, pleno y genuino. Únicamente un humanismo con tales características, completo y profundo –tan profundo que penetre en el fondo sacro del hombre y en las raíces sagradas de la vida humana–, positivo, humilde y sano, total y totalizador, integral e integrador, sacro y sacralizador (o consagrador), puede dar cuenta y razón del hombre en su humanidad. Sólo un humanismo semejante podrá tratar al ser humano como es debido y como se merece, sin ofenderle ni denigrarle, sin deformarlo ni mutilarlo, sin perturbar ni mancillar su ser.

Se trata, por otra parte, de un Humanismo universal, universalmente abierto y acogedor, y también universalmente solidario, fraterno, compasivo o caritativo. Es humanismo universal porque, además de estar basado en principios y valores universales, y precisamente por ello, abraza a la Humanidad entera, abarca lo humano en toda su universalidad, tanto en el dar como en el recibir, tanto en la actividad generosa y difusiva como en la pasividad receptiva y asimilativa. Por un lado, se abre a los resplandores de la Sabiduría universal, busca afanoso las luces que han alumbrado y alumbran a la Humanidad, en las que resplandece lo sobrehumano o suprahumano, dondequiera que estas luces brillen. Y, por otro lado, irradia la propia luz, la luz que ha recibido y cultivado con ahínco, al resto de la Humanidad, para que se dé ese intercambio recíproco de resplandores que constituye el meollo de la Cultura universal. Primero adopta una actitud receptiva, para después irradiar y derramar por todo el orbe esa luz que se le ha revelado o que ha encontrado, contribuyendo así con su propia aportación al bien de la totalidad del género humano. Abrirse y darse, recibir e irradiar, acoger y aportar: he aquí las dos valvas del Humanismo universal, las dos valvas que protegen y custodian la gran perla de la Sabiduría.

Sólo a la luz de este Humanismo universal, sapiencial, principiado y árquico (archic en inglés), puede el hombre encontrar su Norte, el Norte humanizador, ese Norte perdido que coincide en última instancia con el Arkhé (Arjí o Archí), con todo su eco arcaico, originario y primordial. Sólo la visión humanista árquica o principiada puede reconocer y valorar al hombre en toda su grandeza, dar plena razón de su ser y de su existencia, haciendo que su vida sea no sólo humana, sino archihumana, más que humana; abriéndole un camino no tanto superhumano como sobrehumano, que culmina, como elevado horizonte en el Übermensch, el Superhombre o Suprahombre, el Archihombre; el arquetipo o architipo (archetypo, como se escribía en español antiguamente) del “Hombre universal” (el Adam Kadmón del esoterismo hebreo). En este “Hombre universal”, designado en otras tradiciones como “Hombre auténtico”, “Hombre perfecto” u “Hombre polar”, tiene el Humanismo su arquetipo o, lo que es lo mismo, el tipo o modelo ideal que ha de servir como ejemplo y principio orientador. Es el Urbild, la Imagen primordial (Bild = imagen, Ur = Origen, con un significado coincidente con el Arkhé griego) que nos ha de guiar, ayudándonos a formar y modelar (bilden en alemán) nuestra propia imagen, siempre en conexión con el Urseiendes, el Ser-Origen que es la Raíz y Fuente de todo cuanto existe. Se trata, en otras palabras, del ideal cristiano de “la divinización del hombre”, de acuerdo a la antigua y sabia sentencia que resume la esencia del Cristianismo: “Dios se ha hecho hombre para que el hombre se haga dios”; es decir, para que el hombre realice plenamente su esencia divina.

En el núcleo de la verdadera y alta concepción humanista está la idea de servicio: servicio al ser humano, servicio a la persona (a cada persona en concreto), servicio a la sociedad, servicio a la Patria, servicio a la Cultura (en la cual vivimos, de la que nos alimentamos y de la cual recibimos todos los elementos que necesitamos para construir nuestra vida personal). Pero servicio también a la Creación, al Universo, al Cosmos, a la totalidad de la Existencia, como expresión, en definitiva, del servicio al Creador, que se revela y manifiesta en su Creación o Manifestación. Es el servicio universal, el Weltdienst (“servicio al Mundo”: Dienst = servicio; Welt = Mundo) del que habla Leopold Ziegler, viendo en tal servicio cósmico y universal la esencia de la idea imperial, tal y como cuajó en el Sacro Imperio que unió y articuló a la Europa medieval haciendo de ella una comunidad supranacional. El Humanismo espiritual, radicalmente humilde y servicial, con su dimensión sacra y su proyección universal, se perfila así como un Humanismo imperial.

El auténtico Humanismo ha de recuperar la concepción primordial del hombre como Rey de la Creación, como Adalid o Líder cósmico, como Emperador del Universo (el Wang de la tradición china). Esa concepción del hombre como Rey o Emperador se halla magníficamente plasmada en el ideograma chino para expresar la idea de Wang: dicho signo está formado por una cruz –la cual simboliza al Hombre perfecto u Hombre universal, al estar formada por la fusión armónica de las líneas vertical y horizontal–, símbolo de la cruz que, por otra parte, está situada en una posición central bajo una línea horizontal superior ligeramente curva hacia abajo, que representa al Cielo, y sobre una línea horizontal superior ligeramente curva hacia arriba, que representa a la Tierra. Con lo cual dicho ideograma indica de modo sumamente gráfico la función pontifical sagrada, consistente en conectar Cielo y Tierra, que corresponde al Rey o Emperador, y por ello mismo al Hombre universal, al ser humano en su plenitud originaria y árquica.

No podremos tener una visión humanista legítima y completa si prescindimos de la función arquetípica o architípica, ideal y ejemplar, modélica y modeladora, que va implícita en la idea de liderazgo cósmico. El hombre (en cuanto ser humano o Mensch, concepto que incluye tanto al varón como a la mujer) está llamado a ser el ordenador y liberador del mundo, el salvador y redentor de todos los seres. En este sentido, cabe decir que ha recibido el mandato y la misión de actuar como delegado, representante o enviado del Supremo Líder del Universo. Viene a ser el Duque o Archiduque, el Archi-Conductor (“Duque” viene de Dux, como el italiano Duce, que a su vez derivan del latín ducere, “conducir”, significando por tanto “el que conduce o guía”), el Archi-Regente o Archi-Noble (pues la palabra “duque” hace alusión a la nobleza en su forma más alta), que actúa en nombre de Dios, el Caudillo Máximo que otorga toda forma y todo rango de nobleza, il Sommo Duce (“el Supremo Líder”), como lo llama Dante (que se refiere también a Dios con la frase il nostro Imperatore). Es su vinculación a la Norma de lo Alto, al Principio Arkhé o Archí, lo que faculta al ser humano para asumir el cargo y la dignidad de Archi-Dux, Archi-Líder o Archi-Conductor.

Una alta y genuina disciplina humanista debe enseñar al individuo que su vida entera no es ni puede ser otra cosa que un puro servicio al Sí-mismo (el Self o Atman), lo Absoluto, el Ser y Supra-Ser, el Yo real, esencial y eterno (“Yo soy el que soy”). Y que, en realidad, como enseña Ramana Maharshi, la vida humana, su propia vida, no es en el fondo sino un Self-service, un Auto-servicio o Servicio-a-sí-mismo, pues se trata en definitiva de servir íntegramente a su Yo real y profundo, a su Yo sagrado y divino, al Self o Sí (Soi, Selbst) que mora dentro de su alma, en el fondo de su ser. Sirviendo a los demás, sirviendo al Universo y a Dios, nos servimos a nosotros mismos, nos hacemos el más alto, noble y valioso servicio que nos podamos hacer. He aquí la clave secreta de la más profunda y elevada visión humanista.

Llevada por su vocación humanista, universal y ecuménica, la Fundación se interesará por cualquier tema, cuestión o problema que afecte o concierna al ser humano. Hace suya la divisa clásica: “Nada humano nos es ajeno”. Todo aquello que contribuya al mejor conocimiento del ser humano y a la mejora de su vida, todo aquello que surja del alma humana y en lo cual ésta se exprese, todo aquello que permita desarrollar y enriquecer la realidad humana en su compleja diversidad, todo aquello que se da como un hecho significativo en el devenir individual o colectivo, todo aquello que permita conocer más en profundidad al hombre y a la mujer (pues “el ser humano” en abstracto no existe; existen el ser humano varón y el ser humano fémina), interesa vivamente a la Fundación.

La norma que ha de guiar todos nuestros esfuerzos como seres humanos y como personas es el servicio a la Humanidad, a la Creación y al Creador. Hasta el más ínfimo de nuestros actos y la más insignificante de nuestras actividades deberían estar imbuidos, en el fondo, de la sincera voluntad de servir al género humano, al conjunto de los hombres y mujeres que pueblan el mundo, lo poblaron en el pasado o lo poblarán el día de mañana. Y no hay mejor forma de servir a la Humanidad, a los seres humanos y a las sociedades y culturas en las que se desenvuelve su vida, que servir a Dios y a su Creación, es Creación llena de belleza en cuyo seno viven y de cuyas bendiciones dependen en todos los aspectos.

NOTA: Seguirá, como complemento de este punto sobre el Verdadero Humanismo, el punto 14: Luchar contra la abolición del hombre.

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El texto íntegro de los Fines y principios de la Fundación AM comprende 50 puntos, que iremos publicando en entregas sucesivas. Incluimos el índice para que se pueda tener una visión global de su contenido.

INDICE

Círculo humanista Paz, Cultura y Libertad.

Finalidad de la Fundación.

Programa de la Fundación. Fines y principios orientadores:

1.- Estudiar la Sabiduría universal o Filosofía perenne

2.- Estudiar y dar a conocer los autores tradicionales

3.- Obra de regeneración y reconstrucción integral. Hacia una nueva Ilustración.

Defensa de la inteligencia y despertar de la consciencia.

4.- Conocimiento de las tradiciones espirituales de la Humanidad.

5.- Delinear una cosmovisión auténtica y profunda.

6.- Restauración espiritual de Occidente. Revolución espiritual.

7.- Rearmar intelectual y moralmente a la sociedad.

8.- Salvar y revitalizar la Cultura occidental.

9.- Revalorizar el patrimonio cultural hispánico.

10.- Revalorizar y potenciar la idea de Cultura.

11.- Construcción de una nueva cultura.

12.- Profundizar en la cuestión artística: sentido y misión del arte.

13.- Forjar un nuevo Humanismo, integral y universal.

14.- Luchar contra “la abolición del hombre”.

15.- Elevar el nivel cultural de la población española.

16.- Resaltar el valor cultural de la educación. Formación permanente.

17.- Formación integral del ser humano: cuerpo, alma y espíritu.

18.- Analizar la grave crisis espiritual que sufre la Humanidad.

19.- Colmar el vacío espiritual del hombre contemporáneo.

20.- Reconstruir la comunidad.

21.- Hacer frente a la ofensiva anticultural.

22.- Afirmar y defender los valores tradicionales.

23.- Cegar las fuentes del odio. Luchar contra la negatividad.

24. – Trabajar en pro de la paz: paz universal, paz del ánimo.

25.- Conservar y defender la biodiversidad. Preservar la identidad de pueblos, razas y culturas.

26.- Fomentar el conocimiento de otras culturas: acercamiento entre Oriente y Occidente.

27.- Reivindicar la idea y realidad de España.

28.- Corregir los vicios y defectos del temperamento nacional.

29.- Defensa y promoción de la lengua española.

30.- Defensa y afirmación de las otras patrias. La Hispanidad.

31.- Afirmación y construcción de Europa.

32.- Actuar como embajada de España en el exterior.

33.- Desenmascarar y combatir la desmoralización y la corrupción.

34.- Quebrar la dictadura del pensamiento único.

35.- Propiciar un mejor y más objetivo conocimiento de la Historia.

36.- Liberación de la opresiva tenaza que ejerce la propaganda.

37.- Ser voz de las víctimas olvidadas, ignoradas por la propaganda y la historia oficial.

38.- Afirmación de la feminidad y la virilidad.

39.- Escuela de liderazgo. Formación de la elite espiritual y la minoría rectora.

40.- Analizar, resolver y paliar problemas humanos.

41.- Orientación y apoyo para el desarrollo personal.

42.- Despertar vocaciones intelectuales.

43.- Enseñar técnicas de realización personal: el arte de vivir y el arte de ser.

44.- Luchar contra el dolor y el sufrimiento.

45.- Contribuir a la formación de la juventud.

46.- Corregir tendencias negativas en los jóvenes.

47.- Encauzar y enderezar el gusto estragado de las nuevas generaciones.

48.- Ayudar a los jóvenes a descubrir su propia vocación.

49.- Construir una ecología integral, sacra y sapiencial.

50.- Defender la visión vertical, jerárquica y aristocrática de la vida.

Coordenadas del Liderazgo

El líder es como un pequeño sol. Su papel: dar luz y calor a los seres humanos; iluminar sus mentes (sus vidas) y encender en sus almas el fuego del amor y del entusiasmo (entusiasmarlos en el amor a los valores, a todo lo grande y noble). Crear una atmósfera lúcida y cálida. En todas las culturas la figura del líder ha sido asociada al símbolo del Sol (el Astro rey). El dirigente o líder: concebido como héroe solar, enviado o hijo del Sol (reyes y emperadores, el Faraón en Egipto, el Tenno en Japón –Imperio del Sol naciente–, Roma bajo el signo del Sol invictus, el Gran Inca del Perú).

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